Mi madre fue azafata de congresos y mi padre técnico de sonido. Una noche, al terminar una de las interminables conferencias, mi padre le invitó a la azafata a tomar una copa para desconectar del trabajo y terminaron tan conectados que a los nueve meses nací yo durante el cofee break de un congreso médico y en una cabina de traducción simultánea puesto que mi madre no podía cogerse la baja en temporada alta de trabajo y estuvo en el tajo hasta el momento en que salí disparado. Seguramente, no recuerdo bien, pero debido a un acoplamiento de sonido durante la conferencia. Desde entonces he vivido media vida tirado por los suelos extendiendo cables y la otra media preguntándome para qué. De eso hace más de treinta años ya. Hoy sigo tirándome por los suelos y a la vez tirándome de los pelos cada vez que comienza una reunión pero la idea de tirarme a una azafata no se me pasa ni por la imaginación, ni con copas ni sin ellas.
Por lo que pueda pasar.
Durante todos estos años han sido infinitas las horas que me he pasado esperando el comienzo de una conferencia y esperando que termine otra. De los temas yo creo que no me queda ninguno por escuchar. Desde el método de reproducción de la perdiz roja de ojo blanco, pasando por la grabación de una subasta de “pajuelas” de sementales Hereford, hasta la retransmisión en directo de una operación de diabetes donde al comenzar a cortar el dorso del pie enfermo, salió una nube de mosquitos con el asombro de todos.
Pero lo que ocurrió aquel día de octubre de 2008 fue realmente insólito. El mundo entero se debatía en una crisis sin precedentes. Todos los organismos mundiales se reunían para intentar paliar sus efectos mientras las cifras de parados ascendían de una forma incontenible. Aquel día yo estaba a cargo de la traducción simultánea en el auditorio del Palacio Internacional de Congresos. La Conferencia había convocado a los máximos líderes políticos y económicos de medio mundo trabajando en seis idiomas oficiales. Doce intérpretes y más de quince técnicos estaban ocupándose del sonido y los medios audiovisuales cuando comenzó el acto de inauguración. En las dos primeras filas de butacas, figuraban los carteles de “RESERVADO” para las autoridades y vips mundiales. Unas filas más atrás estaba sentada Eva Fitzgerald, comisionada económica para el desarrollo de países emergentes. Miss Fitzgerald era una de las figuras mundiales con más conocimientos en los desarrollos microeconómicos de países con mínimos recursos naturales y había sido invitada al congreso con motivo de la publicación de uno de sus trabajos, The optimization of natural resources in peripheral zones.
A su derecha estaba sentado Adams Michaud, canadiense afincado en Florida desde hacía veinticinco años y profesor en The National Stadistics Institute de California. Mister Michaud ostentaba el título de mayor experto internacional en la recopilación de datos evolutivos en relación a procesos económicos globales, aunque en esta ocasión no intervendría en ninguna de las mesas redondas pues había sido invitado solo como consultor en este congreso. Adams Michaud y Eva Fitzgerald no se conocían personalmente pero sí se habían interesado mutuamente por sus respectivos trabajos. Fue tomando un café en los minutos previos a la inauguración del Congreso cuando se reconocieron al observar las acreditaciones que cada uno portaba colgada del cuello.
__Perdone, usted es Eva Fitzgerald?
__Si, y usted…
__Profesor Michaud, encantado de conocerle Miss Fitzgerald. He leído varios de sus trabajos.
__Eso me halaga, profesor, yo también conozco sus últimas publicaciones a cerca de la evolución económica en Medio Oriente.
__Encantado de conocerle profesor Michaud.
__ ¿Presenta usted alguna ponencia en el congreso? No le he visto en el programa.
__No, en esta ocasión me han invitado como asesor del presidente.
__Ciertamente vamos a necesitar mucho asesoramiento durante estos días.
__ ¿A qué se refiere?
__Bueno, la situación mundial requiere de opiniones y argumentos objetivos y no políticos.
__Estoy de acuerdo con usted pero desgraciadamente prevalecerán los planteamientos políticos por encima de las investigaciones sociológicas.
__Bueno, veremos si estos días podemos cambiar algo.
La conversación de Miss Fitzgerald y el profesor Michaud fue interrumpida por el sonido de la megafonía anunciando las indicaciones previas a la inauguración del evento.
__Rogamos a los señores delegados tengan la amabilidad de silenciar sus teléfonos móviles. En breves momentos comenzará el acto de inauguración.
Los participantes iban ocupando sus asientos mientras yo daba las últimas instrucciones a los intérpretes en relación a los canales de traducción. Mientras tanto el estadounidense Warren Baker, Secretario del Tesoro de EEUU, abría la sesión saludando a los delegados congregados en el auditorio.
Yo seguía cotejando el sonido en las cabinas, ya más tranquilo, una vez que había comenzado la conferencia. Todo se desarrollaba adecuadamente mientras pensaba en el tostón que me esperaba escuchar, como tantas otras veces. Estaba acostumbrado a soportar interminables discursos generalistas donde lo único que se trataba es de crear las bases donde asentar las premisas que pudieran llevar a la realización de los trabajos de grupo que previamente se habían elaborado con objeto de tramitar las conclusiones que conducirían a la celebración de un foro compuesto por los redactores de los informes que estudiarían los marcos legales donde poder plasmar las bases de los estudios previos enmarcados en los respectivos ámbitos políticos dentro del marco conjunto.
En definitiva, verborrea ininteligible donde se perdían ponentes y delegados sin llegar nunca a tratar los temas directamente y darles las soluciones oportunas. Como siempre los primeros momentos, después de la ceremonia de inauguración, se dedicaban a informaciones sobre orden y protocolos. Ya se habían tocado todos estos temas cuando el primer ponente se acercó al atril y comenzó su disertación sobre el estado de la situación mundial. Adams Michaud, llevado por su obsesión estadística escuchaba la intervención calculando mentalmente cuanto estarían bajando las bolsas mundiales durante esta media hora de conferencia y cuantas personas en el mundo perderían su trabajo durante este tiempo.
Eva Fitzgerald, mientras tanto, le miraba de reojo imaginando en que estaría pensando su admirado compañero de butaca. A Miss Fitzgerald tampoco le interesaba lo más mínimo el contenido vacío de la conferencia y no hacía más que pensar la cantidad de canapés que se tirarían a la basura durante el desarrollo de la cumbre mientras las recientes estadísticas de la FAO anunciaban un gran incremento en las muertes por inanición debido a la crisis alimenticia que se había provocado, en los últimos tiempos, al destinar una gran parte de las reservas mundiales de cereales a la elaboración de biocombustibles para países desarrollados.
Los aplausos dedicados al ponente les sacaron a nuestros expertos de sus pensamientos mientras se lanzaban una fugaz mirada cómplice, sin emitir ningún comentario.
A continuación, y después de la lectura detallada del curriculum del segundo ponente, este comenzó su disertación acerca de un tema que carecía de interés para la mayoría de la audiencia pero que todo el mundo intentaba disimular.
Yo, desde el fondo de la sala, donde estaba situado el control, veía las cabezas de todos los delegados y me distraía estudiando las reacciones de todos ellos ante conferencias de este tipo. Era curioso comprobar que durante discursos interesantes todas las cabezas que asomaban por encima del respaldo de las butacas, permanecían quietas, erguidas, manteniendo la atención en el orador o en la pantalla de proyección. En esas ocasiones el silencio total de la sala era roto solo por el tono de voz animado y vivaz del orador. En esta ocasión, la reacción del público denotaba una falta absoluta de interés por la conferencia. Desde mi posición notaba que las cabezas se movían de un lado a otro como intentando cambiar la orientación para evitar el sopor que les invadía desde hacía ya mas de media hora. Incluso si yo me ponía de pie podía ver como muchos de los delegados estaban atendiendo a sus teléfonos móviles, unos leyendo los e-mails, otros jugueteando con los programas. Era claro que no les interesaba absolutamente nada el tema que se estaba tratando. De todas formas hubo algo especial aquella mañana. En un momento dado, yo salí del control para realizar una verificación en uno de los distribuidores que había instalado a lo largo de la sala y pude observar que casi todos los participantes en el foro estaban mirando sus teléfonos móviles, que aunque silenciados, permanecían encendidos, iluminando suavemente cada una de las filas de butacas. Desde el control se podía observar como la mayoría de las cabezas estaban inclinadas hacia delante como si sus dueños estuvieran dormidos. En ese momento sonaron varios teléfonos que no estaban silenciados.
Esto solía ocurrir muchas veces. Siempre hay alguno que no se acuerda de apagarlo, y en plena sesión comienza a sonar y a sonar mientras los demás disfrutan viendo la cara que pone su dueño mientras busca y rebusca en los bolsillos de su abrigo mientras el aparato suena cada vez más alto. Pero en aquella ocasión no era un solo teléfono, si no muchos. Yo calculé que podían estar sonando aproximadamente unos diez, cada uno con su tono particular. Miento, había mas de diez teléfonos llamando incluyendo los que estaban silenciados, pero que emitían su luz intermitentemente dando un aspecto psicodélico a la sala de plenos. Era evidente que algo estaba pasando. El orador se había percatado del hecho pero seguía con su disertación sobre legislaciones internacionales a la vez que lanzaba miradas desconfiadas a uno y otro lado de la sala. Yo saqué mi teléfono del bolsillo y observé que tenía cinco o seis llamadas perdidas y otros tantos mensajes, lo que no era habitual. Algo estaba sucediendo. Lo primero que se me pasó por la cabeza fue el recuerdo del atentado del 11-M cuando en plena sesión de un congreso médico, comenzaron a funcionar muchos teléfonos al mismo tiempo.
Era evidente que algo fuera de lo común estaba sucediendo.
Después de comprobar el distribuidor y de vuelta al control de sonido, de pronto, se apagaron las luces de la sala. El sonido dejó de funcionar, y los teléfonos quedaron enmudecidos. Todo al mismo tiempo. La preocupación invadió aquella sala. Yo me dirigí corriendo al control y comencé a apagar todos los equipos por miedo a que se restableciera la corriente de golpe, pero el problema no radicaba solamente en una caída de tensión, si no que era mucho más importante. El moderador de la sesión se dirigió al atril y después de comprobar que el micrófono no funcionaba se dirigió a los presentes comunicándoles, en varios idiomas y forzando el tono de su voz, que había ciertos problemas con la instalación eléctrica del Palacio y que mientras se solucionaban, suspendería la sesión durante unos minutos. Los delegados comenzaron a salir de la sala intentando utilizar los teléfonos móviles pero sin ningún resultado. Algunos se dirigieron a las cabinas telefónicas instaladas en el hall del palacio de congresos pero tampoco funcionaban. Todo el sistema de comunicaciones había caído de golpe. A los pocos minutos se pudo restaurar la instalación eléctrica gracias al equipo de emergencias del que disponía el complejo. Este sistema consistía en un gran grupo electrógeno alimentado con gasoil con el que se podían restaurar los servicios mínimos eléctricos durante un periodo de tiempo limitado. Fue entonces cuando el servicio de megafonía anunció que el problema técnico afectaba al sistema de comunicaciones y que aunque se había recuperado el fluido eléctrico, las líneas telefónicas analógicas y digitales así como las de fibra óptica no estaban operativas de momento por lo que se suspendía la convención hasta nuevo aviso. A estas alturas tanto el personal de mantenimiento del centro de congresos como las personas encargadas de la seguridad de los delegados no hacía más que ir de un sitio para otro, inquietos, intentando localizar algún sistema de comunicación con sus respectivas centrales. Algunos vehículos blindados donde viajaban los delegados vips, disponían de telefonía vía satélite y se podían apreciar varios corrillos formados por escoltas y guardaespaldas alrededor de alguno de esos teléfonos, pero tampoco estaban operativos. Yo permanecía en el control intentando restaurar todos los equipos pero cual fue mi sorpresa cuando al encender los receptores de los micrófonos inalámbricos, los displays aparecían en blanco, sin ninguna información. Normalmente debía aparecer la frecuencia de trabajo de cada micrófono pero excepcionalmente estaban en blanco. Intenté realizar un escaneado de frecuencias pero sin éxito. Ningún equipo electrónico conseguía sintonizar con ningún canal de radiofrecuencia. Reunidos la mayoría de los técnicos pudimos llegar a la conclusión de que el espectro radioeléctrico se había colapsado a todos los niveles. Era por eso por lo que era imposible establecer conexiones de telefonía móvil o vía satélite. Todos los repetidores de radio o tv también estaban colapsados así como las redes informáticas vía wifi. En resumen, cualquier vía de comunicación inalámbrica era inviable. La pregunta ahora era a que nivel estaba sucediendo todo esto. Desde luego el Palacio Internacional de Congresos estaba aislado del resto del mundo pero es que también los equipos de seguridad ciudadana estaban incomunicados entre ellos. En una sociedad sometida a las tecnologías de la información, estas eran totalmente inútiles en este momento. Ante el desconcierto generalizado se optó por reunir a todas las personalidades en el auditorio central siguiendo los protocolos de seguridad que se articulaban en todos los eventos de esta categoría. Mientras tanto Miss Fitzgerald y el profesor Michaud que departían con un grupo de periodistas, pudieron observar que un vehículo oscuro con los cristales tintados y precedido por dos motoristas estacionaba delante de la entrada principal al Palacio. Era una comitiva un tanto extraña pues los motoristas no llevaban ningún uniforme característico si no que vestían con ropas oscuras y sus motocicletas tampoco portaban ningún distintivo, ni siquiera los pilotos azules que normalmente utilizaban los servicios de escolta para abrir paso a las comitivas oficiales.
Ni que decir tiene que en cuanto los periodistas se percataron de la llegada del vehículo negro salieron de estampida a las puertas del palacio mientras Miss Fitzgerald y el profesor Michaud se intercambiaban las miradas cargadas de expectación. Una nube de reporteros y periodistas rodeaba el vehículo mientras los motoristas permanecían en sus potentes motocicletas con el motor encendido. Al mismo tiempo se abría la puerta delantera y salía del coche un individuo de casi dos metros de alto extremadamente corpulento que rápidamente procedió a abrir la puerta trasera ayudando a salir a un sujeto con uniforme militar de unos sesenta años, con el pelo muy canoso y el rostro ciertamente desencajado. Su chaqueta estaba cubierta casi completamente por insignias y condecoraciones típicamente militares. Los periodistas comentaban asombrados que es lo que hacía aquí el presidente de la Junta de Jefes del Estado Mayor de la Defensa mientras se arremolinaban alrededor del coche, prácticamente sin dejarle bajar. Casi a trompicones se iba abriendo paso flanqueado por varios escoltas que le iban dirigiendo a la sala Vips donde se encontraban reunidos los presidentes de los estados representados en la cumbre. Miss Fitzgerald y el profesor Michaud, que se encontraban a escasos metros de la comitiva, se habían dado cuenta que los escoltas del general no portaban los típicos pinganillos de cable en espiral que utilizaban normalmente para comunicarse entre ellos. Una vez en la puerta de acceso a la sala Vips los escoltas se deshacían de la nube de medios abriendo los brazos y formando una especie de muro infranqueable mientras los operadores de cámara y los fotógrafos intentaban capturar las últimas imágenes elevando los brazos por encima de las cabezas mientras se cerraba la puerta delante de ellos.
Sra. Presidenta, Sres. Presidentes, les ruego unos minutos de atención. En las últimas horas tanto nuestro país, como el resto de la Unión Europea, ha sufrido un colapso de sus redes de comunicación cuyo origen se considera información reservada. No está en nuestra mano delimitar cuanto durará el problema por lo que procederemos a garantizar su seguridad, trasladándoles al refugio protegido que se contempla en los protocolos de actuación en situaciones de alarma general. Es por ello por lo que les ruego que ustedes y sus asistentes sigan estrictamente las indicaciones que el personal militar les indique para el buen desarrollo de la evacuación. En el momento en que tengamos más información, se la haremos llegar con la mayor brevedad posible.
CONTINUARÁ
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