28 de enero de 2007




Al otro lado del Castillo


Sus pasos hacían crujir el manto de escarabujo mientras su mente se esforzaba por entender, de una vez por todas, lo que estaba pasando en su vida.

Las nubes se iban tornando cada vez más oscuras y espesas amenazando mojar aquel pelo negro azabache. La cabeza ligeramente inclinada intentando descubrir alguna pequeña seta debajo del suelo reseco.

Toda la vida le gustó pasear durante el otoño por los montes donde transcurrió su juventud. Siempre fue una tradición el ir de paseo. Durante sus largas caminatas alternaba la meditación con la búsqueda de migueles, nízcalos o senderillas. Aquella tarde de octubre buscaba además los motivos por lo que todo para ella era tan terriblemente complicado.

Las primeras gotas comenzaban a caer sobre la capucha de su chubasquero azul. El suelo dejaba de crepitar, aliviado por la humedad que lo iba empapando.
Ella seguía caminando impasible, de forma autómata, indiferente a la lluvia. Las manos en los bolsillos, la mirada baja, mientras las primeras gotas resbalaban por su rostro.

Su vida hasta entonces había sido un cúmulo de trabajo y esfuerzo raramente recompensado. Hasta hoy solo sus hijos le aportaban la satisfacción que necesitaba. Su instinto maternal le había dominado siempre.

Las punteras de sus zapatos se iban mojando poco a poco y las jaras frescas comenzaban a humedecer sus pantalones vaqueros por debajo de las rodillas.

Hacía dieciocho años que había tenido su primera hija con la emoción y la ilusión que inundan esos momentos. Fue tal la experiencia que al poco tiempo quiso repetirla; hasta dos veces más en aquellos cinco años. Al cabo de un tiempo, sin darse cuenta de cómo se dibujaría su futuro, su pareja comenzaba a huir de las responsabilidades familiares que le atemorizaban.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que el camino, a partir de entonces, lo seguiría recorriendo sola, completamente sola.

La tarde iba cayendo y la lluvia se había convertido en un orballo fresco que aliviaba el sofoco del largo paseo. Apenas algún champiñón silvestre había recogido hasta entonces mientras seguía pensando casi en voz alta.

Ella, desde la más absoluta soledad, estaba sacando adelante esa familia a base de sudor, de lágrimas y desesperación, recibiendo como única recompensa las cómplices miradas de sus pequeños cuando llegaba a casa al salir del trabajo. Para su pareja, como tantos otros, no era precisamente lo más gratificante el terminar la jornada escuchando los problemas y las experiencias de sus hijos durante el día.
No obstante, la casa estaba limpia, la ropa planchada y la carne guisada, caliente en su plato.
Mientras, su pareja le iba negando, primero el dinero para mantener a sus hijos, después el cariño y por fin la palabra y el apoyo que ella necesitaba.

Hoy solo le quedaba mirarle a los ojos preguntándole ¿por qué? mientras él rehuía cobardemente su mirada.

Así transcurrieron los años mientras el silencio entre los dos se iba imponiendo al igual que la distancia. En pocos años el cariño se transformó en pena y en rabia y en desilusión. En pocos años se fue levantando el muro que hoy les separa, muro que disgusto a disgusto, lágrima a lágrima, acabó por convertirse en un castillo infranqueable donde ella se refugiaba añorando un futuro mejor.

Apenas se vislumbra algo de luz, la suficiente para diferenciar alguna lepiota procera de los tocones de los pinos recién cortados. La niebla densa ha acabado con la lluvia y comienza a sentir frío. Si no fuese porque sigue caminando, le costaría evitar la tiritona. Los pies están empapados y en su camiseta la humedad del ambiente se ha mezclado con el sudor.


Hoy, su hija mayor ha emprendido el vuelo lejos de ella. Los dos pequeños todavía no se han independizado y su marido se ha afianzado en la figura de okupa de esa casa. Ella sigue okupándose de sus hijos, okupándose de su casa, okupándose de sus padres, de sus familiares enfermos... en fin, de todo.
Los problemas se han enquistado y el dolor prácticamente ha desaparecido solapado por la esperanza de un cambio renovador.
Y sigue preguntándose que es lo que ha hecho mal. Por qué la vida le niega un momento de felicidad.

Va abandonando el bosque oscuro para enfilar el sendero que asciende al castillo. El polvo del camino se ha transformado en un barro arcilloso y suave. La noche le ha sorprendido casi sin darse cuenta pero no necesita luz para subir a la fortaleza. Conoce el camino de sobra. Remonta la última rampa de acceso sintiendo un frescor agradable en su rostro. Va recordando cada una de las veces que subió en su juventud, cuando la ilusión por el futuro le ocupaba toda su mente.
Hoy, en esta noche húmeda y fría solo se escucha el clic de su mechero al prender un cigarrillo. El humo templado contrasta con la brisa helada de la noche.
Al otro lado del castillo, encima del horizonte, se vislumbra una pequeña luz extremadamente brillante. Es Venus, el primer cuerpo celeste que nace al anochecer.
Se queda observándolo hipnotizada, con la vista perdida y la mente en blanco.


A muchos lejos de allí, en lo alto de una cumbre tapizada de nieve, alguien se debate entre la incertidumbre y la esperanza. Toda su vida ha sido una especie de esquizofrenia existencial. Las contradicciones le llevaron al refugio de sus montañas y hoy día suponen un retiro donde no caben los problemas mundanos. Aislado entre el cielo y la tierra observa maravillado el brillo de una estrella lejana. No parpadea mientras se sorprende de la atracción que supone aquel astro. Siente que aquella luz deberá guiarle en el futuro hacia otro mundo de ilusión. La ilusión que perdió cuando hace unos años abandonó la esperanza de recuperar a su amada.

Han pasado muchos años desde aquella noche.
Ella, al fin, tomó la decisión que debía haber tomado hace tantos años atrás.
Él, separado y solo vive inmerso en la soledad de sus sueños.


La luna llena ilumina hoy esta noche de verano.
En los prados verdes de un pueblo llamado Medina, unos críos pequeños y escandalosos juegan a la pelota, felices.
Sus padres apuran los postres de las Clarisas en el restaurante de enfrente.

__ Tu madre y yo vamos a salir a dar un paseo.
__ ¡Mirar qué hacen los chicos!


Una pareja de viejos pasea sus achaques por los alrededores de la muralla, lejos del campo de fútbol.

__ ¿A donde vais, abuelo?
__ A dar un paseo.

Cogidos de las manos húmedas y frías se sientan en un banco de madera carcomida mirando al valle.

__ Mira esa estrella como brilla.
__ Es Venus.
__ ¿Si?
__Sí...La diosa del amor


“Albedo”


Madrid, 17/11/2005

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