28 de enero de 2007


La Danza de los Ojos Cómplices



El sonido infernal procedía del coche aparcado en el borde de la carretera de acceso a la ermita. Las cinco puertas abiertas de par en par de forma que las dos de la parte izquierda del vehículo, casi invaden la calzada. Cuatro o cinco chavales jóvenes van sacando grandes botellones con calimocho y otros combinados.

__ ¡Me cago en dios, saca la birra de una puta vez!

Son las once de la noche. Las chicas, mínimamente vestidas con unos shorts y camisetas escotadas disfrutan claramente con la conversación.

__ ¡Vete a tomar por culo, gilipollas!
__ ¡Cállate ya, hijoputa!

Siente una agradable sensación cuando recuerda los años en los que salían a pasear por la ermita con el único objetivo de flirtear con las chicas del pueblo. Entonces lo que menos necesitaban era música a todo volumen y gritos estridentes. La discreción era fundamental, aquellos días de verano.

Una anciana con el pelo completamente blanco, se va acercando lentamente, paso a paso a la puerta de la ermita, donde hay una mínima portezuela enrejada por la que se ve el interior iluminado tenuemente por un cirio casi consumido en un charco de cera. La mujer se santigua despacio a la vez que entorna los ojos. Al cabo de un par de minutos vuelve a santiguarse, da media vuelta y comienza a subir con esfuerzo la cuesta que le separa del pueblo.

__ ¡Tíaaaaa, pasa la farlopa, coño…!
__ ¡Que te jodan tío!

Hace muchos años desde que aquella pandilla pasaba las tardes en la ermita del pueblo. Entonces, se escondían en la parte trasera donde había un pollete de piedra suficientemente discreto como para preguntarse en voz baja si podían darse la mano. De fondo solo oían el chirriar de las chicharras y de vez en cuando el motor de algún coche que pasaba a toda velocidad hacia el interior del pueblo.

Hoy, después de cenar, se ha acercado a echar un vistazo a la parte trasera de la ermita ante la total indeferencia de los jóvenes. Lo que antaño era una pradera de hierba fresca y limpia que invitaba a tumbarse y mirar las estrellas, hoy es casi un vertedero lleno de botellas de plástico y latas oxidadas. Apenas alguna brizna de hierba ha sobrevivido a este desastre.

Es la primera noche de fiestas y todavía no ha visto a ninguno de sus viejos amigos. Sigue paseando por los alrededores del pueblo, haciendo tiempo hasta que comienzan los primeros ajustes de la orquesta.
Este año algo ha cambiado en su vida pero no le impide sentir la misma expectación por reencontrarse con sus antiguos compañeros de tantas aventuras.

También estará Ella.

También con la misma emoción.

El ritual se repite un año más sin que por ello pierda expectación. Nada más llegar se encuentra con su viejo amigo de siempre.
__ ¡Hombre, ya es hora que aparezcas!
__ ¿Creías que no vendría o que?
__ ¿Cómo estás?
__ ¡De p. madre!
__ Como siempre
__ ¿Donde están las chicas?
__ Solo he visto a una…

Ya parece que la orquesta ha terminado de ecualizar mientras llega una de ellas

__ ¡Holaaaaaa…! ¿Cómo estás?
__ He estado mejor
__ ¿Y eso?
__ ¡El año, que ha sido duro!
__ Ja, ja, ja…

La orquesta arranca definitivamente a ritmo de pasodoble, que es lo que procede.

Los botellines comienzan a refrescar las gargantas resecas.

Va acudiendo cada vez mas gente atraída por la música que comienza a ser estruendosa. Todavía no ha aparecido Ella.
El aire se va refrescando a medida que transcurre la noche. Se sientan los tres en las sillas de la terraza del bar comentando los temas habituales mientras él escudriña cada uno de los rincones de la plaza esperando el primer cruce de miradas. Al cabo de un rato aparece la última pieza de aquel puzzle maravilloso.

Viene bajando la calle con su andar peculiar.

Los ojos como aguijones.

Pocas palabras.

Y entrecortadas.

Comienza el baile de miradas.
La danza de los ojos cómplices.
__ ¿Qué?
__ Nada

Los cuatro juntos se miran unos a otros mostrando unas leves sonrisas pícaras.

__Os vemos muy bien…
__Vosotros tampoco habéis cambiado.

Como todos los años comienza el juego de miradas disimuladas y tímidas.
Las frases con doble intención se apropian de la tertulia.
Los pasodobles y los valses se van transformando en románticas baladas que aderezan los viejos y entrañables recuerdos.

El reloj de la plaza parece tener prisa en marcar la hora en la que los borrachos duermen la moña y la mitad del puzzle se plantea retirarse a descansar.
Nadie queda ya en la plaza salvo los encargados de limpiarla esta noche.
Él se niega a retirar los ojos de su chica mientras comienza a barrer uno de los bordillos.
__ ¡Déjame a mí un poco…!

Se van relevando los dos intentando lograr un leve contacto de sus manos cada vez que se intercambian el cepillo. Siempre prestando atención para que no los vean juntos mas de unos segundos.
La plaza está ya limpia y él no tiene ya motivo de permanecer allí si no es para mirarle una vez más. Pero no puede ser. Opta por abandonar la plaza antes de que alguien se fije en sus ojos vidriosos.
No tiene más remedio que conformarse con un __ ¡Hasta pronto! sin mirarle a los ojos. Un desconsolado broche a una velada plena de sensaciones difícilmente explicables.

Pero se niega a terminar la noche. Ese viejo nudo en la garganta le obliga a enfilar la cuesta que termina en las eras donde una montaña de grano recién cosechado le invita a tumbarse en lo más alto.
Las lágrimas de San Lorenzo pasan fugaces cada minuto por el eterno infinito. Otras lágrimas van resbalando por sus mejillas provocando un escalofrío mientras sus ojos se van cerrando despidiéndose del espectáculo fugaz.

Mañana la Luna será llena.

Lo mejor siempre está por llegar.

De nuevo, mañana.


“Albedo”



Quintanas de Gormaz

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