
Embrujo
Paseaban sus 16 jóvenes años por los caminos,
entre fuentes agonizantes y majadas repletas de piñas y hojarasca.
Lo hacían todos los veranos al encontrarse en aquel pequeño pueblo.
Cada tarde de aquellos meses de verano emprendían un largo camino que les iba mostrando las más emocionantes experiencias que podían existir para ellos.
Los altivos pinos se iban desangrando lentamente a su paso, impregnando el aire con la fragancia de la resina fresca.
Aquella tarde el sol ardiente y seco curtía sus rostros.
Oían el canto de las chicharras perdiéndose entre los bosques.
La piel, acariciada por el viento tenue y seco.
Las manos, frías y húmedas, esperaban inquietas su primer contacto.
Los corazones vibrando de emoción a cada paso del camino.
Las tímidas miradas rehusando el encontrarse.
Al fondo, la efigie del Castillo les invitaba a remontar la pendiente.
Sentían esa extraña atracción mientras dejaban atrás las últimas bodegas.
Pocas palabras.
Los cuerpos fatigados se miraban esquivos.
Al fin, en la almena más alejada, se daban la mano mientras pronunciaban alguna frase intrascendente.
Las miradas fijas en el sol escondiéndose detrás del horizonte.
Los cuerpos húmedos y temblorosos.
Los últimos rayos de sol iluminaban sus jóvenes semblantes.
Los corazones estremecidos mientras el viento jugaba caprichoso entre los viejos muros.
Pocas palabras.
Ambos se veían sorprendidos por las conmociones del primer amor.
El sol huía vertiginoso, ávido por aportar la oscuridad que requiere la primera caricia.
Pocas palabras.
Solos, unidos por un beso, mientras sentían el ritmo frenético de su respiración.
Pasaban fugazmente los minutos mientras la noche les iba impregnando.
Amanecía la Luna sobre el horizonte oscuro, anunciando la hora del regreso.
Divisaban las primeras casas del pueblo cuando se soltaban las manos entumecidas.
Siempre, al acercarse a la altura de la ermita, se separaban por temor a que les vieran.
Pocas palabras, al despedirse aquella noche.
De esta forma iban transcurriendo los últimos días de aquel verano.
Terminaban los últimos paseos entre pinares y choperas y campos de girasoles.
Sus ojos clavados en sus ojos esperaban la despedida.
__¿Cuándo volverás?...__
Transcurrió ese verano y varios más.
Pasaron varios años y volvieron, por aquel pueblo.
Volvieron en muchas ocasiones.
Nunca se encontraron.
Volvieron, cada uno, con sus retos e ilusiones.
Cada uno con sus recuerdos y sus tragedias.
Volvieron con sus miedos y sus ambiciones.
Volvieron con sus hijos y sus familias.
Con sus éxitos y sus fracasos.
Volvieron enamorados.
Y pasearon sus recuerdos por los caminos, entre cántaros rotos y olor a resina seca y perdida.
Volvieron y siguieron vagando entre los recuerdos de aquella tarde en El Castillo...
Hoy es una noche calurosa del mes de agosto.
No parece que hayan pasado treinta años.
La música de la orquesta sigue alegrando La Plaza de aquel pueblo.
En el bar los mismos de siempre apuran sus bebidas una y otra vez.
A un lado de La Plaza unos ojos inquietos buscando entre la gente que baila.
En el centro, una mirada indecisa deseando encontrarlos.
Bien entrada la noche las miradas definitivamente se cruzan.
El tiempo se detiene de golpe.
Los corazones paralizados repentinamente.
Falta el aire.
La música de la orquesta enmascara el latir de sus corazones.
Pocas palabras.
Solo una sonrisa disimulada y cómplice.
Cinco campanadas resuenan estridentes en el reloj de La Plaza.
Las miradas, imantadas, se niegan a separarse.
Los músicos afinan sus últimos compases mientras van anunciando su despedida.
Las copas exprimidas hasta la última gota.
La aurora tenue y azul va invadiendo tímidamente los oscuros murallones del Castillo.
La brisa fresca inunda la madrugada.
El firmamento entero ilumina tenuemente las paredes del Castillo.
En la atalaya más alta, dos seres de cera se funden en un abrazo.
Estremeciéndose de frío...
Y de nervios...
Y de miedo...
Y de emoción...
Y de ilusión...
Y de temor.
Pocas palabras.
Solo una mirada tímida e ilusionada más allá de las estrellas.
Las manos, como antaño, frías y húmedas...
En la gélida madrugada, sudan los ojos.
“Albedo”
Presentado al Certamen de Relatos Cortos del Diario La Razón
Agosto de 2005
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