11 de agosto de 2007

Poco a poco




Hace años, como 20 o 25, que mantenía una ilusión que por diversos motivos no se cumplía. Aquella casa estaba ligada a un pueblo, a su vez estrechamente ligado a innumerables sensaciones intensas. Su padre hace 35 años que construyó aquella casa. En el espacio de terreno que quedó su madre plantó un piñón hace ya 35 años y Él conoció a una mujer muy especial hace 35 años.


Su padre envejeció poco a poco hasta morir recordando aquella casa en el pueblo.


Su madre envejeció poco a poco regando aquel pequeño árbol y Él maduró poco a poco sin darse cuenta de que aquella mujer especial también fue madurando muy cerca de aquel árbol y de aquella casa. Todos aquellos años cada vez que sus padres iban al pueblo cuidaban de aquella morada con un mimo especial, como si aquellas habitaciones cerradas tuvieran una vida propia. Todos ellos habían pasado los mejores momentos de su vida en aquella casa, en aquel jardín. Él conoció a sus mejores amigos durante aquellos años. Los mejores momentos de su vida los descubrió junto a ellos.


Ha pasado mucho tiempo y hoy día, aquellos amigos, apenas se ven una vez al año durante las fiestas del pueblo. Hace tiempo que se reúnen en estas fechas para cenar juntos y añorar una juventud que poco a poco va desapareciendo. Este año, a diferencia de los anteriores, Él mantenía una especial ilusión por la cena del clan. Esta noche, por cuestiones de trabajo, faltaría a la cena una de las personas más queridas. Solo estarían Él, su Hada, y su Mujer Especial, de forma que optaron por cenar en aquella casa cargada de tantos recuerdos. Mientras Él se encargaba de organizar la velada con una mezcla de ilusión y tristeza por no estar los cuatro juntos, ellas intentaban penetrar en la casa con el máximo sigilo para que nadie les viera. Después de tantos años seguía estando mal visto cenar juntas personas casadas sin sus parejas correspondientes. En el fondo terminaba siendo divertida la estrategia que se montaba para acabar en un coche los cuatro juntos o asaltar la verja del jardín sin que nadie les viera.


En la mesa, este año les acompañaba la foto del amigo ausente. Es todo lo que podían hacer para suplir su ausencia. Como en ocasiones anteriores, comenzaron la cena celebrando el éxito de la Operación Asalto a la Reja entre risas y copas. Ya mediada la cena era inevitable recordar los escarceos amorosos de los tiempos pasados. Las Chicas, como ellos les llamaban, siempre dolidas con la actitud de los chicos, todos los años les recriminaban, amistosamente, lo mal que lo pasaban cuando ellos les daban de lado algunas noches en las fiestas de algún pueblo. Ellos, con cierto rubor, reconocían que no se comportaron bien con ellas durante aquellos años. El ambiente parecía encantador mientras cenaban a la luz de las velas. Como siempre, entre nostálgico y divertido. Él estaba feliz rodeado de su Mujer Especial y su Hada Buena cuando comenzó a percibir que el halo resplandeciente de su Hada empezaba a oscurecerse poco a poco. Él nunca antes había visto esto. Hacía muchos años que el halo luminoso rodeaba al Hada allá por donde fuera. No encontraba ninguna explicación. El vino de aquella tierra iba afectando a los comensales pero no era motivo suficiente. Tenía que haber algo más. Los recuerdos comenzaron a volverse áridos. Los comentarios se cubrieron de una acritud incomprensible, poco a poco, hasta el punto de provocar las respuestas más violentas . El áurea se apagaba poco a poco ante el silencio más amargo. El Hada comenzó a formular preguntas que le ruborizaban a Ella y le avergonzaban a Él. Las afirmaciones rotundamente amargas y las preguntas incisivas se apropiaron de la velada mientras Él y Ella se miraban con los ojos perdidos en la incomprensión total.


¿Que estaba pasando?


¿Por qué se transformaba aquel momento, tan esperado durante todo el año, en un infierno?


¿Que brebaje venenoso tomaron durante aquella cena de íntimos amigos?


¿Donde quedó aquel cariño incondicional que permitió durante tantos años el aceptar y asumir los errores de todo el clan sin darles más importancia que la que tenía?


Poco a poco, la desilusión se apoderó de Él perdiendo la capacidad de articular palabra alguna. A los postres, apagó alguna luz del comedor intentando visualizar algún resto del áurea de su Hada. Pero no obtuvo resultado. Después de unas frías despedidas se fue quedando solo, poco a poco, con la única compañía de ese nudo en la garganta mientras cada comensal se iba retirando a descansar.
Sentado en el escalón que da acceso al patio, consumió el último cigarrillo de la noche mirando con ojos vidriosos la copa de aquel hermoso árbol que durante tantos años creció a su lado mientras seguía buscando una respuesta desesperadamente.


¿Se habría quedado sin pilas el Hada Buena?
"Albedo"
Quintanas de Gormaz
8 de agosto de 2007

9 de junio de 2007

Bién De Juana, bién







Por fín nuestro amigo De Juana Chaos ha entrado en la carcel y ha entrado en razón. Dos entradas que a muchos nos llena de un gozo especial. Ha entrado en la cárcel de donde nunca debió salir y ha entrado en razón al entender que el verdadero castigo para sus asesinatos, lejos de cumplir varios años de carcel, es el autoejecutarse dejando de alimentarse. Bien, De Juana. Gracias por ahorrarle a las autoridades penitenciarias otro trago más. Tu mismo, De Juana has decidido juzgarte merecedor de la muerte y adjudicarte la misión del verdugo. Bien, De Juana, bien. En la carcel de Martutene tendremos menos ocasiones de que los medios de comunicación nos ofrezcan imagenes de tu lento deterioro. Gracias De juana por intentar sentar un precedente con esta decisión, ahora que ni siquiera a Rubalcava le importa un carajo tu asquerosa vida. Gracias te digo por ayudar a que otras alimañas de Eta sigan tus mismos pasos. No puedo imajinar que el fin de Eta vaya a ser por inanición en vez de negociación. Oye, De Juana y tu crees que esta aptitud será contagiosa? Dame una alegría y dime que vas a cumplir tu palabra y no vas a probar ni un bocadito de sanwich de jamon york

17 de marzo de 2007

¡Chao, de Juana!


1987 fue sin duda un año horribilis para josé ignacio de juana chaos. Fue el año en que las fuerzas de seguridad le dieron caza (nunca mejor dicho) junto a varios “compañeros de trabajo”.
¡Con los buenos resultados que había obtenido en 1986…! En aquel año solo pudo asesinar a veinticinco ciudadanos de este país. Y mira que lo intentó, pero no pudo asesinar a nadie más, ni siquiera al fiscal Burón Barba, ni al presidente del Supremo Antonio Hernández Gil, ni de los setenta heridos de la plaza de República Dominicana.
En fin, no todo sale como uno piensa, pero de todas formas no estuvo mal, veinticinco cadáveres destrozados en menos de doce meses. Demasiado trabajo y responsabilidad al hacerse cargo de la dirección del comando Madrid a principios de 1986. Pero ya tuvo que parar de asesinar.
Los jueces torturadores de este país le condenaron a cerca de tres mil años de cárcel de los que cumplió menos de veinte, es decir, apenas un año de cárcel por muerto. Y todo fue legal. Se le redimió pena por estudiar, por escribir, por trabajar… siempre siguiendo rigurosamente un código penal establecido hace años y que ningún partido político tuvo arrestos de modificar. Tan ineptos somos los votantes de este país, por mucho que digan algunos, como los políticos responsables de gestar las leyes que determinan el tiempo en prisión de una alimaña como josé ignacio de juana chaos.
El 2006 vuelve a ser un año horribilis para este individuo. Cuando ya se veía en la calle después de cumplir su condena por los veinticinco asesinatos, decide que no quiere cumplir tres años más por amenazas terroristas y que se declara en huelga de hambre hasta que lo excarcelen.
¿Y la gente que piensa de todo esto?
¿Qué al pobre hombre le deberían mandar a su casa?
¿Qué lo peor que puede pasar es que se nos muera en los brazos?
¿Qué al fin y al cabo ya casi había cumplido sus penas?
Pués no, creo que no es esto lo que piensan la mayoría de los ciudadanos de este país. Otra cosa es que lo digan. Creo que la gente de este país está rabiosamente enfrentada a esta resolución de nuestros gobernantes mientras la alimaña recobra el conocimiento cada vez que se revuelca con su novia en la ducha de su habitación.
¿Pero no estaba tan grave?
Para esto si tiene fuerzas este mal nacido, y también para salir andando de la ambulancia que le trasladó a su querida tierra euskalduna. ¡Que vergüenza!, primero intentan matarnos y luego a los que quedamos nos engañan miserablemente. Y si a alguien se le ocurre hablar de pena de muerte o cadena perpetua enseguida le tachan de inhumano, inmoral y retrógrado. Pues bien, querido josé ignacio, yo te digo que aborrezco la pena de muerte para ti, porque esto acabaría con la posibilidad de que sufrieras todo lo que tu podrido ser fuera capaz de sufrir.
Hoy yo te digo: ¡Chao! de juana, púdrete en el infierno de tu asqueroso futuro contando una y otra vez el número de huérfanos que provocaste.
¡Chao! de juana, sigue viviendo con el miedo a que algún familiar de tus víctimas se tome la justicia por su mano y acabe con tu asquerosa vida.
¡Chao! de juana, me despido confiando ciegamente en que los revolcones con tu novia nunca lleguen a engendrar otro ser tan despreciable y repugnante como tú, de juana.


Albedo


Madrid, 17 de marzo de 2007

1 de febrero de 2007


El Vuelo de la Vieja Gaviota



El viento de levante hace flotar a la vieja gaviota, inmóvil, en el aire, mirando fijamente como nace, despacio, el reluciente sol detrás de un horizonte ardiente. Las costas de una lejana tierra desconocida. Demasiados días, demasiadas noches sin descanso alguno.

A miles de millas unos poyuelos juguetean ociosos, ajenos a cualquier realidad que no sea experimentar con las rachas de aire templado y húmedo que les hace elevarse y bajar repetidamente a lo largo de todo el día. Protegidos por la cercanía de la tierra firme crecen felices, ajenos al porvenir incierto. En esa isla perdida en medio de cualquier parte del océano viven al margen de la dureza de la madurez.

__ ¡Mira Mani, que bien vuelo!
__ ¡Si pero yo llego mucho más alto que tu, Yuli!
__ ¡Ya, pero tú eres mayor!


El largo viaje pesa sobre sus alas cansadas hasta la extenuación. Días infinitos sin atisbar ni un palmo de tierra donde reposar. Siempre por encima de un mar eterno infinito y oscuro, y profundo, que se extendió bajo ella durante jornadas eternas. Su experiencia en el vuelo no fue suficiente para superar aquel destino después de tantos años.
Nunca quiso involucrarlos en su aventura. Quiso cruzar miles de millas en la más absoluta soledad mientras ellos, disfrutaban del inicio de su madurez aislados por los contornos de aquella isla descubierta por su viejo progenitor.
Muchas horas de sufrimiento cuando el viento racheado conseguía minar el más firme propósito de encontrar aquello que asegurara el futuro de sus pequeños. Con las alas destrozadas por efecto del sol ardiente y entumecida por el frío aterrador de la noche infinita, día tras día se esforzó en mover sus tullidas alas sin pensar en otra cosa que el objetivo marcado; escapar de este mundo para descubrir un mundo natural donde los vientos rolaran siempre en el mismo sentido. No podía navegar más contra corriente.
Exhausta y medio destrozada había encontrado el descanso añorado. Sus desmembradas alas volaron demasiado. El frío aterrador y la humedad extrema debilitaron tanto sus alas que en un último esfuerzo logró remontar una considerable altura, por encima de las nubes, con el vano objetivo de vislumbrar por última vez a sus pequeños poyuelos. Pero estaban demasiado lejos para verlos. Abandonando la idea solo le restaba el dejarse caer planeando, ya sin fuerzas, y así llegar al acantilado donde abandonada a su suerte se dejó desplomar cayendo en barrena desde lo más alto del cielo hasta las crispadas y ásperas rocas de aquel acantilado. Sus potentes alas no aguantaron más. Resquebrajadas se estrellaron contra el arrecife que había buscado con tanto empeño. Sus agudos graznidos fueron señal evidente de que el viaje había concluido. Sus ojos pugnaban por seguir manteniendo aquella mirada profunda que durante toda la vida le había caracterizado. Durante eternos minutos sus graznidos desesperados fueron eclipsados por el estruendo de aquellas olas espumosas. Durante horas los ecos de aquellos sonidos se transmitieron a lo largo del mar hasta llegar al infinito. Todas las criaturas marinas se estremecieron con aquellos gritos anunciando muerte.

En aquella isla remota, mientras Yuli revoloteaba una y otra vez, Mani tuvo una percepción lejana. Escuchó algo así como un conocido y débil graznido. No estaba seguro de aquello pero sus sensaciones no fueron buenas. Se quedó petrificado en su roca favorita mirando profundamente el punto por donde salía el sol y un escalofrío le estremeció todo su cuerpo. Supo enseguida lo que pasaba. Una tristeza sin límites le dominó completamente, y volando rápido hasta donde jugaba Yuli le increpó...


__ ¡Yuli, baja ya, por favor!
__ ¡Mani, lo he conseguido, vuelo tan alto como papá...!
__ ¡Baja ahora mismo, te digo!
__ Y si no quiero, ¿se lo dirás a papá?
__ ¡Yuli, no volveremos nunca a ver a nuestro padre!
__ ¡Que cosas dices, le enseñaré como vuelo cuando vuelva!
__Yuli, papá no volverá nunca más a nuestra isla.
__ ¿Y no le veremos más?
__No, si no vamos a buscarle. Prepárate. Si queremos verle debemos emprender un largo viaje.
__ No importa soy la mejor gaviota de la isla. ¡Aguantaré!


Durante mucho tiempo se apreció en los cielos el vuelo de dos gaviotas que sin separarse apenas unos metros volaron hasta el confín de los cielos. Dejaron atrás temibles tormentas pero volaban por encima de ellas. Superaron nubes oscuras y tenebrosas, pero volaban sobre ellas. Navegaron siempre contra el viento, pero eso lo tenían superado. Habían tenido buena escuela. Solo guiados por aquellos leves aullidos lograron llegar a aquel acantilado justo momentos después de ocultarse el sol bajo el horizonte. A la vieja gaviota solo le dio tiempo a adivinar la sombra de sus poyuelos descendiendo en picado hasta ella. Eso fue todo. A continuación fue cerrando muy despacio sus pequeños pero profundos ojos hasta morir con la tranquilidad de saber que su Yuli y su Mani habían dominado las artes del vuelo, y eso les garantizaría la seguridad durante toda su vida.
Cuando Yuli se acercó a su padre, comenzó a picotearle debajo de sus alas esperando que le hablara de una vez como había hecho desde que nació. Mientras tanto Mani, algo más maduro que Yuli, permanecía inmóvil eludiendo la mirada de su hermana. Él conocía bien la situación. La vieja gaviota le había instruido a fondo durante su corta vida.
Yuli lanzó una mirada aterradora a su hermano mayor mientras éste seguía evitando sus miradas.
__Tenemos que emprender la vuelta a casa, Yuli.
__ ¿Y papa?
__Papá no volverá a volar…

Las dos jóvenes gaviotas emprendieron el vuelo de regreso a su pequeña isla perdida en el océano.
Un diluvio de lágrimas les acompañó durante todo el viaje mientras las criaturas marinas se preguntaban que es lo que había sucedido para que durante tanto tiempo no dejara de llover sobre aquel tenebroso y oscuro mar. La respuesta la encontraron en dos gaviotas que volaban tan alto que apenas se divisaban.
Siempre, por encima de los cielos.



“Albedo”



Madrid, 2 de enero de 2007

28 de enero de 2007





Embrujo



Paseaban sus 16 jóvenes años por los caminos,
entre fuentes agonizantes y majadas repletas de piñas y hojarasca.
Lo hacían todos los veranos al encontrarse en aquel pequeño pueblo.

Cada tarde de aquellos meses de verano emprendían un largo camino que les iba mostrando las más emocionantes experiencias que podían existir para ellos.

Los altivos pinos se iban desangrando lentamente a su paso, impregnando el aire con la fragancia de la resina fresca.

Aquella tarde el sol ardiente y seco curtía sus rostros.
Oían el canto de las chicharras perdiéndose entre los bosques.
La piel, acariciada por el viento tenue y seco.
Las manos, frías y húmedas, esperaban inquietas su primer contacto.
Los corazones vibrando de emoción a cada paso del camino.
Las tímidas miradas rehusando el encontrarse.

Al fondo, la efigie del Castillo les invitaba a remontar la pendiente.
Sentían esa extraña atracción mientras dejaban atrás las últimas bodegas.

Pocas palabras.

Los cuerpos fatigados se miraban esquivos.
Al fin, en la almena más alejada, se daban la mano mientras pronunciaban alguna frase intrascendente.
Las miradas fijas en el sol escondiéndose detrás del horizonte.
Los cuerpos húmedos y temblorosos.
Los últimos rayos de sol iluminaban sus jóvenes semblantes.
Los corazones estremecidos mientras el viento jugaba caprichoso entre los viejos muros.

Pocas palabras.

Ambos se veían sorprendidos por las conmociones del primer amor.
El sol huía vertiginoso, ávido por aportar la oscuridad que requiere la primera caricia.

Pocas palabras.

Solos, unidos por un beso, mientras sentían el ritmo frenético de su respiración.
Pasaban fugazmente los minutos mientras la noche les iba impregnando.
Amanecía la Luna sobre el horizonte oscuro, anunciando la hora del regreso.
Divisaban las primeras casas del pueblo cuando se soltaban las manos entumecidas.
Siempre, al acercarse a la altura de la ermita, se separaban por temor a que les vieran.

Pocas palabras, al despedirse aquella noche.




De esta forma iban transcurriendo los últimos días de aquel verano.
Terminaban los últimos paseos entre pinares y choperas y campos de girasoles.
Sus ojos clavados en sus ojos esperaban la despedida.
__¿Cuándo volverás?...__


Transcurrió ese verano y varios más.
Pasaron varios años y volvieron, por aquel pueblo.
Volvieron en muchas ocasiones.
Nunca se encontraron.
Volvieron, cada uno, con sus retos e ilusiones.
Cada uno con sus recuerdos y sus tragedias.
Volvieron con sus miedos y sus ambiciones.
Volvieron con sus hijos y sus familias.
Con sus éxitos y sus fracasos.
Volvieron enamorados.
Y pasearon sus recuerdos por los caminos, entre cántaros rotos y olor a resina seca y perdida.
Volvieron y siguieron vagando entre los recuerdos de aquella tarde en El Castillo...


Hoy es una noche calurosa del mes de agosto.
No parece que hayan pasado treinta años.
La música de la orquesta sigue alegrando La Plaza de aquel pueblo.
En el bar los mismos de siempre apuran sus bebidas una y otra vez.
A un lado de La Plaza unos ojos inquietos buscando entre la gente que baila.
En el centro, una mirada indecisa deseando encontrarlos.
Bien entrada la noche las miradas definitivamente se cruzan.
El tiempo se detiene de golpe.
Los corazones paralizados repentinamente.
Falta el aire.
La música de la orquesta enmascara el latir de sus corazones.

Pocas palabras.

Solo una sonrisa disimulada y cómplice.
Cinco campanadas resuenan estridentes en el reloj de La Plaza.
Las miradas, imantadas, se niegan a separarse.
Los músicos afinan sus últimos compases mientras van anunciando su despedida.
Las copas exprimidas hasta la última gota.



La aurora tenue y azul va invadiendo tímidamente los oscuros murallones del Castillo.
La brisa fresca inunda la madrugada.
El firmamento entero ilumina tenuemente las paredes del Castillo.
En la atalaya más alta, dos seres de cera se funden en un abrazo.
Estremeciéndose de frío...
Y de nervios...
Y de miedo...
Y de emoción...
Y de ilusión...
Y de temor.

Pocas palabras.

Solo una mirada tímida e ilusionada más allá de las estrellas.
Las manos, como antaño, frías y húmedas...

En la gélida madrugada, sudan los ojos.


“Albedo”

Presentado al Certamen de Relatos Cortos del Diario La Razón
Agosto de 2005



Encuentro


Las rayas intermitentes pintadas sobre el asfalto, transcurren por el centro de la carretera con la carencia del paso de los segundos.
El aire fresco intenta penetrar por las ventanillas entreabiertas, luchando contra el humo del cigarrillo que busca una salida al exterior mientras se van sucediendo los pueblos de dos en dos.
En la mente, transcurren multitud de imágenes mezcladas a lo largo de treinta años. Intenta poner las ideas en orden pero le resulta muy difícil. La vida es un montón de experiencias encontradas. Lo que durante años fue una ilusión juvenil, se transforma en unas horas en una mezcla de pasión, amargura y expectación incomprensibles. La historia los separó y la historia hoy los vuelve a juntar cuando ya no hay vuelta atrás. Ahora que están atados de pies y manos se vuelven a juntar para preguntarse mutuamente: ¿Qué va a pasar ahora?
No hay respuesta. Solo decidirá el destino caprichoso.
Mientras tanto, los ojos fijos en el final de cada curva.
Ella esperando el momento del encuentro.
Hora y media rodando a toda velocidad le lleva al final de su destino. Sale de la autopista al mismo tiempo que Ella va aparcando en la gasolinera del pueblo donde han concertado su cita.
La misma música sonando en ambos coches.
La misma inquietud de siempre, cuando todos los años se veían por primera vez al comienzo del verano.
Bajan de los coches deprisa, cerrando deprisa las puertas y aguzando sus sentidos para impregnarse de sus tímidas miradas.
De su olor.
De su ternura.
De su cariño.
De su amor.
La sonrisa amplia le recuerda a Amanda.
El sol en su pelo suave, negro y ligero.
Y su agradable estribillo al saludarle, sin apenas un beso disimulado.
El corazón pasa en segundos de estallar, hasta el reposo más absoluto. Solo el mantenerse las miradas les aporta el sosiego que necesitan.
Un saludo escueto es suficiente como bienvenida.
__ ¡Holaaa...! ¿Qué?
__Nada...

Juntos comienzan paseando sin destino por los alrededores del pueblo amurallado. Él, las manos en los bolsillos; Ella, sujetando su bolso en bandolera mientras se van rozando suavemente los brazos a cada paso.
Se miran, sin hablar, mientras callejean entre los muros de adobe deshechos.
Reconocen el sentido de esas sonrisas desde hace muchos años.
Transcurren por la pradera verde donde algunos paisanos toman un vino alrededor de las mesas de piedra. Las miradas como siempre buscándose inquietas entre el verde rabioso del césped que crece espontáneamente.
No necesitan hablar.
Solo sus miradas rebosan de palabras que nunca encontrarían para expresar lo que sienten. Siguen paseando a lo largo de las murallas intentando huir de la realidad que les asfixia.
Pero no pueden.
Lo real y lo virtual se mezcla en una amalgama inquietante. Permanecen unidas sus miradas preguntándose si esto es real, o es un sueño, o... una pesadilla.

__ ¿Quieres que nos sentemos...?

El banco labrado sobre un viejo tronco carcomido les sirve para dirigir sus miradas hacia el horizonte donde los últimos rayos del sol juguetean con las nubes deshilachadas y rojizas. Aquellos atardeceres que fueron testigos tantas veces de sus miradas, de sus besos, de su pasión juvenil durante aquellos años. Aquellos atardeceres que día tras día fueron cómplices de su amor imposible.
Hoy, después de tantos años, sigue siendo un amor tan imposible como antaño, ahogado en secreto por responsabilidades y compromisos que les ha ido estrangulando poco a poco hasta dejarlos ya casi sin aire.
Aire templado que al final de la tarde les acaricia suavemente aportándoles una ansiada tranquilidad.

El sol sigue escondiéndose despacio entre algunas nubes coloreadas. Se diría que no quiere perderse estos momentos.
Al cabo de un profundo suspiro las manos se encuentran entrelazando los dedos para siempre.

__No me creo que estemos aquí juntos.
__Yo tampoco.

Vuelven a cruzarse las miradas pero esta vez no es suficiente. Van cerrando los ojos cuando unen sus labios lentamente mientras el sol, ruborizado, termina por esconderse satisfecho. ¡Tantas veces iluminó esos momentos...!
Las luces de las murallas medievales le toman el relevo y comienzan a iluminar tenuemente el paseo colgado frente al valle salpicado de sabinas y bogs.
Tienen tantas cosas de que hablar que no saben por donde empezar. Solo rememoran una y otra vez los momentos agridulces que pasaron en su juventud.

__Me hiciste sufrir mucho.
__Lo sé, y lo siento.

Va oscureciendo rápidamente mientras siguen unidos en un abrazo solo interrumpido por montones de besos y caricias, de una ternura tal que no lo recordaban desde hacía muchos años.
Les faltan manos para acariciarse cuando dan las diez de la noche. Miran de reojo sus relojes y son conscientes de que está terminando este momento de pasión.
Llega el momento del adiós.
Llega el momento del dolor.
Parece que no se pueden despegar. Lo intenta cada uno pero el otro lo abraza con más firmeza cada momento.
Las gargantas tan sumamente doloridas que no pueden emitir una sola palabra.
Los ojos al rojo vivo imploran que no termine la noche. Si esto es un sueño no quieren despertar jamás.
Al cabo de unos minutos eternos las manos sudorosas van separándose poco a poco.
Solo les quedan unas pocas palabras...

__ ¿Cuando volveré a verte…?
__Pronto, espero...
__ ¿Sin planes?
__Sin planes.

Las luces rojas de su coche van haciéndose más y más pequeñas a medida que se aleja por la carretera. El silencio y la oscuridad se van adueñando del momento como profetas de un futuro incierto.
La esperanza luchando siempre por imponerse.

“Lo mejor está siempre por llegar”



“Albedo”

Madrid, 27 de septiembre de 2005


Escrito durante el Seminario de Telecomunicaciones organizado por IDC España en el Hotel Palace de Madrid.



Al otro lado del Castillo


Sus pasos hacían crujir el manto de escarabujo mientras su mente se esforzaba por entender, de una vez por todas, lo que estaba pasando en su vida.

Las nubes se iban tornando cada vez más oscuras y espesas amenazando mojar aquel pelo negro azabache. La cabeza ligeramente inclinada intentando descubrir alguna pequeña seta debajo del suelo reseco.

Toda la vida le gustó pasear durante el otoño por los montes donde transcurrió su juventud. Siempre fue una tradición el ir de paseo. Durante sus largas caminatas alternaba la meditación con la búsqueda de migueles, nízcalos o senderillas. Aquella tarde de octubre buscaba además los motivos por lo que todo para ella era tan terriblemente complicado.

Las primeras gotas comenzaban a caer sobre la capucha de su chubasquero azul. El suelo dejaba de crepitar, aliviado por la humedad que lo iba empapando.
Ella seguía caminando impasible, de forma autómata, indiferente a la lluvia. Las manos en los bolsillos, la mirada baja, mientras las primeras gotas resbalaban por su rostro.

Su vida hasta entonces había sido un cúmulo de trabajo y esfuerzo raramente recompensado. Hasta hoy solo sus hijos le aportaban la satisfacción que necesitaba. Su instinto maternal le había dominado siempre.

Las punteras de sus zapatos se iban mojando poco a poco y las jaras frescas comenzaban a humedecer sus pantalones vaqueros por debajo de las rodillas.

Hacía dieciocho años que había tenido su primera hija con la emoción y la ilusión que inundan esos momentos. Fue tal la experiencia que al poco tiempo quiso repetirla; hasta dos veces más en aquellos cinco años. Al cabo de un tiempo, sin darse cuenta de cómo se dibujaría su futuro, su pareja comenzaba a huir de las responsabilidades familiares que le atemorizaban.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que el camino, a partir de entonces, lo seguiría recorriendo sola, completamente sola.

La tarde iba cayendo y la lluvia se había convertido en un orballo fresco que aliviaba el sofoco del largo paseo. Apenas algún champiñón silvestre había recogido hasta entonces mientras seguía pensando casi en voz alta.

Ella, desde la más absoluta soledad, estaba sacando adelante esa familia a base de sudor, de lágrimas y desesperación, recibiendo como única recompensa las cómplices miradas de sus pequeños cuando llegaba a casa al salir del trabajo. Para su pareja, como tantos otros, no era precisamente lo más gratificante el terminar la jornada escuchando los problemas y las experiencias de sus hijos durante el día.
No obstante, la casa estaba limpia, la ropa planchada y la carne guisada, caliente en su plato.
Mientras, su pareja le iba negando, primero el dinero para mantener a sus hijos, después el cariño y por fin la palabra y el apoyo que ella necesitaba.

Hoy solo le quedaba mirarle a los ojos preguntándole ¿por qué? mientras él rehuía cobardemente su mirada.

Así transcurrieron los años mientras el silencio entre los dos se iba imponiendo al igual que la distancia. En pocos años el cariño se transformó en pena y en rabia y en desilusión. En pocos años se fue levantando el muro que hoy les separa, muro que disgusto a disgusto, lágrima a lágrima, acabó por convertirse en un castillo infranqueable donde ella se refugiaba añorando un futuro mejor.

Apenas se vislumbra algo de luz, la suficiente para diferenciar alguna lepiota procera de los tocones de los pinos recién cortados. La niebla densa ha acabado con la lluvia y comienza a sentir frío. Si no fuese porque sigue caminando, le costaría evitar la tiritona. Los pies están empapados y en su camiseta la humedad del ambiente se ha mezclado con el sudor.


Hoy, su hija mayor ha emprendido el vuelo lejos de ella. Los dos pequeños todavía no se han independizado y su marido se ha afianzado en la figura de okupa de esa casa. Ella sigue okupándose de sus hijos, okupándose de su casa, okupándose de sus padres, de sus familiares enfermos... en fin, de todo.
Los problemas se han enquistado y el dolor prácticamente ha desaparecido solapado por la esperanza de un cambio renovador.
Y sigue preguntándose que es lo que ha hecho mal. Por qué la vida le niega un momento de felicidad.

Va abandonando el bosque oscuro para enfilar el sendero que asciende al castillo. El polvo del camino se ha transformado en un barro arcilloso y suave. La noche le ha sorprendido casi sin darse cuenta pero no necesita luz para subir a la fortaleza. Conoce el camino de sobra. Remonta la última rampa de acceso sintiendo un frescor agradable en su rostro. Va recordando cada una de las veces que subió en su juventud, cuando la ilusión por el futuro le ocupaba toda su mente.
Hoy, en esta noche húmeda y fría solo se escucha el clic de su mechero al prender un cigarrillo. El humo templado contrasta con la brisa helada de la noche.
Al otro lado del castillo, encima del horizonte, se vislumbra una pequeña luz extremadamente brillante. Es Venus, el primer cuerpo celeste que nace al anochecer.
Se queda observándolo hipnotizada, con la vista perdida y la mente en blanco.


A muchos lejos de allí, en lo alto de una cumbre tapizada de nieve, alguien se debate entre la incertidumbre y la esperanza. Toda su vida ha sido una especie de esquizofrenia existencial. Las contradicciones le llevaron al refugio de sus montañas y hoy día suponen un retiro donde no caben los problemas mundanos. Aislado entre el cielo y la tierra observa maravillado el brillo de una estrella lejana. No parpadea mientras se sorprende de la atracción que supone aquel astro. Siente que aquella luz deberá guiarle en el futuro hacia otro mundo de ilusión. La ilusión que perdió cuando hace unos años abandonó la esperanza de recuperar a su amada.

Han pasado muchos años desde aquella noche.
Ella, al fin, tomó la decisión que debía haber tomado hace tantos años atrás.
Él, separado y solo vive inmerso en la soledad de sus sueños.


La luna llena ilumina hoy esta noche de verano.
En los prados verdes de un pueblo llamado Medina, unos críos pequeños y escandalosos juegan a la pelota, felices.
Sus padres apuran los postres de las Clarisas en el restaurante de enfrente.

__ Tu madre y yo vamos a salir a dar un paseo.
__ ¡Mirar qué hacen los chicos!


Una pareja de viejos pasea sus achaques por los alrededores de la muralla, lejos del campo de fútbol.

__ ¿A donde vais, abuelo?
__ A dar un paseo.

Cogidos de las manos húmedas y frías se sientan en un banco de madera carcomida mirando al valle.

__ Mira esa estrella como brilla.
__ Es Venus.
__ ¿Si?
__Sí...La diosa del amor


“Albedo”


Madrid, 17/11/2005

La Danza de los Ojos Cómplices



El sonido infernal procedía del coche aparcado en el borde de la carretera de acceso a la ermita. Las cinco puertas abiertas de par en par de forma que las dos de la parte izquierda del vehículo, casi invaden la calzada. Cuatro o cinco chavales jóvenes van sacando grandes botellones con calimocho y otros combinados.

__ ¡Me cago en dios, saca la birra de una puta vez!

Son las once de la noche. Las chicas, mínimamente vestidas con unos shorts y camisetas escotadas disfrutan claramente con la conversación.

__ ¡Vete a tomar por culo, gilipollas!
__ ¡Cállate ya, hijoputa!

Siente una agradable sensación cuando recuerda los años en los que salían a pasear por la ermita con el único objetivo de flirtear con las chicas del pueblo. Entonces lo que menos necesitaban era música a todo volumen y gritos estridentes. La discreción era fundamental, aquellos días de verano.

Una anciana con el pelo completamente blanco, se va acercando lentamente, paso a paso a la puerta de la ermita, donde hay una mínima portezuela enrejada por la que se ve el interior iluminado tenuemente por un cirio casi consumido en un charco de cera. La mujer se santigua despacio a la vez que entorna los ojos. Al cabo de un par de minutos vuelve a santiguarse, da media vuelta y comienza a subir con esfuerzo la cuesta que le separa del pueblo.

__ ¡Tíaaaaa, pasa la farlopa, coño…!
__ ¡Que te jodan tío!

Hace muchos años desde que aquella pandilla pasaba las tardes en la ermita del pueblo. Entonces, se escondían en la parte trasera donde había un pollete de piedra suficientemente discreto como para preguntarse en voz baja si podían darse la mano. De fondo solo oían el chirriar de las chicharras y de vez en cuando el motor de algún coche que pasaba a toda velocidad hacia el interior del pueblo.

Hoy, después de cenar, se ha acercado a echar un vistazo a la parte trasera de la ermita ante la total indeferencia de los jóvenes. Lo que antaño era una pradera de hierba fresca y limpia que invitaba a tumbarse y mirar las estrellas, hoy es casi un vertedero lleno de botellas de plástico y latas oxidadas. Apenas alguna brizna de hierba ha sobrevivido a este desastre.

Es la primera noche de fiestas y todavía no ha visto a ninguno de sus viejos amigos. Sigue paseando por los alrededores del pueblo, haciendo tiempo hasta que comienzan los primeros ajustes de la orquesta.
Este año algo ha cambiado en su vida pero no le impide sentir la misma expectación por reencontrarse con sus antiguos compañeros de tantas aventuras.

También estará Ella.

También con la misma emoción.

El ritual se repite un año más sin que por ello pierda expectación. Nada más llegar se encuentra con su viejo amigo de siempre.
__ ¡Hombre, ya es hora que aparezcas!
__ ¿Creías que no vendría o que?
__ ¿Cómo estás?
__ ¡De p. madre!
__ Como siempre
__ ¿Donde están las chicas?
__ Solo he visto a una…

Ya parece que la orquesta ha terminado de ecualizar mientras llega una de ellas

__ ¡Holaaaaaa…! ¿Cómo estás?
__ He estado mejor
__ ¿Y eso?
__ ¡El año, que ha sido duro!
__ Ja, ja, ja…

La orquesta arranca definitivamente a ritmo de pasodoble, que es lo que procede.

Los botellines comienzan a refrescar las gargantas resecas.

Va acudiendo cada vez mas gente atraída por la música que comienza a ser estruendosa. Todavía no ha aparecido Ella.
El aire se va refrescando a medida que transcurre la noche. Se sientan los tres en las sillas de la terraza del bar comentando los temas habituales mientras él escudriña cada uno de los rincones de la plaza esperando el primer cruce de miradas. Al cabo de un rato aparece la última pieza de aquel puzzle maravilloso.

Viene bajando la calle con su andar peculiar.

Los ojos como aguijones.

Pocas palabras.

Y entrecortadas.

Comienza el baile de miradas.
La danza de los ojos cómplices.
__ ¿Qué?
__ Nada

Los cuatro juntos se miran unos a otros mostrando unas leves sonrisas pícaras.

__Os vemos muy bien…
__Vosotros tampoco habéis cambiado.

Como todos los años comienza el juego de miradas disimuladas y tímidas.
Las frases con doble intención se apropian de la tertulia.
Los pasodobles y los valses se van transformando en románticas baladas que aderezan los viejos y entrañables recuerdos.

El reloj de la plaza parece tener prisa en marcar la hora en la que los borrachos duermen la moña y la mitad del puzzle se plantea retirarse a descansar.
Nadie queda ya en la plaza salvo los encargados de limpiarla esta noche.
Él se niega a retirar los ojos de su chica mientras comienza a barrer uno de los bordillos.
__ ¡Déjame a mí un poco…!

Se van relevando los dos intentando lograr un leve contacto de sus manos cada vez que se intercambian el cepillo. Siempre prestando atención para que no los vean juntos mas de unos segundos.
La plaza está ya limpia y él no tiene ya motivo de permanecer allí si no es para mirarle una vez más. Pero no puede ser. Opta por abandonar la plaza antes de que alguien se fije en sus ojos vidriosos.
No tiene más remedio que conformarse con un __ ¡Hasta pronto! sin mirarle a los ojos. Un desconsolado broche a una velada plena de sensaciones difícilmente explicables.

Pero se niega a terminar la noche. Ese viejo nudo en la garganta le obliga a enfilar la cuesta que termina en las eras donde una montaña de grano recién cosechado le invita a tumbarse en lo más alto.
Las lágrimas de San Lorenzo pasan fugaces cada minuto por el eterno infinito. Otras lágrimas van resbalando por sus mejillas provocando un escalofrío mientras sus ojos se van cerrando despidiéndose del espectáculo fugaz.

Mañana la Luna será llena.

Lo mejor siempre está por llegar.

De nuevo, mañana.


“Albedo”



Quintanas de Gormaz