PERATO
El pesimismo optimista
2 de diciembre de 2010
"El Comienzo de Todo"
Mi madre fue azafata de congresos y mi padre técnico de sonido. Una noche, al terminar una de las interminables conferencias, mi padre le invitó a la azafata a tomar una copa para desconectar del trabajo y terminaron tan conectados que a los nueve meses nací yo durante el cofee break de un congreso médico y en una cabina de traducción simultánea puesto que mi madre no podía cogerse la baja en temporada alta de trabajo y estuvo en el tajo hasta el momento en que salí disparado. Seguramente, no recuerdo bien, pero debido a un acoplamiento de sonido durante la conferencia. Desde entonces he vivido media vida tirado por los suelos extendiendo cables y la otra media preguntándome para qué. De eso hace más de treinta años ya. Hoy sigo tirándome por los suelos y a la vez tirándome de los pelos cada vez que comienza una reunión pero la idea de tirarme a una azafata no se me pasa ni por la imaginación, ni con copas ni sin ellas.
Por lo que pueda pasar.
Durante todos estos años han sido infinitas las horas que me he pasado esperando el comienzo de una conferencia y esperando que termine otra. De los temas yo creo que no me queda ninguno por escuchar. Desde el método de reproducción de la perdiz roja de ojo blanco, pasando por la grabación de una subasta de “pajuelas” de sementales Hereford, hasta la retransmisión en directo de una operación de diabetes donde al comenzar a cortar el dorso del pie enfermo, salió una nube de mosquitos con el asombro de todos.
Pero lo que ocurrió aquel día de octubre de 2008 fue realmente insólito. El mundo entero se debatía en una crisis sin precedentes. Todos los organismos mundiales se reunían para intentar paliar sus efectos mientras las cifras de parados ascendían de una forma incontenible. Aquel día yo estaba a cargo de la traducción simultánea en el auditorio del Palacio Internacional de Congresos. La Conferencia había convocado a los máximos líderes políticos y económicos de medio mundo trabajando en seis idiomas oficiales. Doce intérpretes y más de quince técnicos estaban ocupándose del sonido y los medios audiovisuales cuando comenzó el acto de inauguración. En las dos primeras filas de butacas, figuraban los carteles de “RESERVADO” para las autoridades y vips mundiales. Unas filas más atrás estaba sentada Eva Fitzgerald, comisionada económica para el desarrollo de países emergentes. Miss Fitzgerald era una de las figuras mundiales con más conocimientos en los desarrollos microeconómicos de países con mínimos recursos naturales y había sido invitada al congreso con motivo de la publicación de uno de sus trabajos, The optimization of natural resources in peripheral zones.
A su derecha estaba sentado Adams Michaud, canadiense afincado en Florida desde hacía veinticinco años y profesor en The National Stadistics Institute de California. Mister Michaud ostentaba el título de mayor experto internacional en la recopilación de datos evolutivos en relación a procesos económicos globales, aunque en esta ocasión no intervendría en ninguna de las mesas redondas pues había sido invitado solo como consultor en este congreso. Adams Michaud y Eva Fitzgerald no se conocían personalmente pero sí se habían interesado mutuamente por sus respectivos trabajos. Fue tomando un café en los minutos previos a la inauguración del Congreso cuando se reconocieron al observar las acreditaciones que cada uno portaba colgada del cuello.
__Perdone, usted es Eva Fitzgerald?
__Si, y usted…
__Profesor Michaud, encantado de conocerle Miss Fitzgerald. He leído varios de sus trabajos.
__Eso me halaga, profesor, yo también conozco sus últimas publicaciones a cerca de la evolución económica en Medio Oriente.
__Encantado de conocerle profesor Michaud.
__ ¿Presenta usted alguna ponencia en el congreso? No le he visto en el programa.
__No, en esta ocasión me han invitado como asesor del presidente.
__Ciertamente vamos a necesitar mucho asesoramiento durante estos días.
__ ¿A qué se refiere?
__Bueno, la situación mundial requiere de opiniones y argumentos objetivos y no políticos.
__Estoy de acuerdo con usted pero desgraciadamente prevalecerán los planteamientos políticos por encima de las investigaciones sociológicas.
__Bueno, veremos si estos días podemos cambiar algo.
La conversación de Miss Fitzgerald y el profesor Michaud fue interrumpida por el sonido de la megafonía anunciando las indicaciones previas a la inauguración del evento.
__Rogamos a los señores delegados tengan la amabilidad de silenciar sus teléfonos móviles. En breves momentos comenzará el acto de inauguración.
Los participantes iban ocupando sus asientos mientras yo daba las últimas instrucciones a los intérpretes en relación a los canales de traducción. Mientras tanto el estadounidense Warren Baker, Secretario del Tesoro de EEUU, abría la sesión saludando a los delegados congregados en el auditorio.
Yo seguía cotejando el sonido en las cabinas, ya más tranquilo, una vez que había comenzado la conferencia. Todo se desarrollaba adecuadamente mientras pensaba en el tostón que me esperaba escuchar, como tantas otras veces. Estaba acostumbrado a soportar interminables discursos generalistas donde lo único que se trataba es de crear las bases donde asentar las premisas que pudieran llevar a la realización de los trabajos de grupo que previamente se habían elaborado con objeto de tramitar las conclusiones que conducirían a la celebración de un foro compuesto por los redactores de los informes que estudiarían los marcos legales donde poder plasmar las bases de los estudios previos enmarcados en los respectivos ámbitos políticos dentro del marco conjunto.
En definitiva, verborrea ininteligible donde se perdían ponentes y delegados sin llegar nunca a tratar los temas directamente y darles las soluciones oportunas. Como siempre los primeros momentos, después de la ceremonia de inauguración, se dedicaban a informaciones sobre orden y protocolos. Ya se habían tocado todos estos temas cuando el primer ponente se acercó al atril y comenzó su disertación sobre el estado de la situación mundial. Adams Michaud, llevado por su obsesión estadística escuchaba la intervención calculando mentalmente cuanto estarían bajando las bolsas mundiales durante esta media hora de conferencia y cuantas personas en el mundo perderían su trabajo durante este tiempo.
Eva Fitzgerald, mientras tanto, le miraba de reojo imaginando en que estaría pensando su admirado compañero de butaca. A Miss Fitzgerald tampoco le interesaba lo más mínimo el contenido vacío de la conferencia y no hacía más que pensar la cantidad de canapés que se tirarían a la basura durante el desarrollo de la cumbre mientras las recientes estadísticas de la FAO anunciaban un gran incremento en las muertes por inanición debido a la crisis alimenticia que se había provocado, en los últimos tiempos, al destinar una gran parte de las reservas mundiales de cereales a la elaboración de biocombustibles para países desarrollados.
Los aplausos dedicados al ponente les sacaron a nuestros expertos de sus pensamientos mientras se lanzaban una fugaz mirada cómplice, sin emitir ningún comentario.
A continuación, y después de la lectura detallada del curriculum del segundo ponente, este comenzó su disertación acerca de un tema que carecía de interés para la mayoría de la audiencia pero que todo el mundo intentaba disimular.
Yo, desde el fondo de la sala, donde estaba situado el control, veía las cabezas de todos los delegados y me distraía estudiando las reacciones de todos ellos ante conferencias de este tipo. Era curioso comprobar que durante discursos interesantes todas las cabezas que asomaban por encima del respaldo de las butacas, permanecían quietas, erguidas, manteniendo la atención en el orador o en la pantalla de proyección. En esas ocasiones el silencio total de la sala era roto solo por el tono de voz animado y vivaz del orador. En esta ocasión, la reacción del público denotaba una falta absoluta de interés por la conferencia. Desde mi posición notaba que las cabezas se movían de un lado a otro como intentando cambiar la orientación para evitar el sopor que les invadía desde hacía ya mas de media hora. Incluso si yo me ponía de pie podía ver como muchos de los delegados estaban atendiendo a sus teléfonos móviles, unos leyendo los e-mails, otros jugueteando con los programas. Era claro que no les interesaba absolutamente nada el tema que se estaba tratando. De todas formas hubo algo especial aquella mañana. En un momento dado, yo salí del control para realizar una verificación en uno de los distribuidores que había instalado a lo largo de la sala y pude observar que casi todos los participantes en el foro estaban mirando sus teléfonos móviles, que aunque silenciados, permanecían encendidos, iluminando suavemente cada una de las filas de butacas. Desde el control se podía observar como la mayoría de las cabezas estaban inclinadas hacia delante como si sus dueños estuvieran dormidos. En ese momento sonaron varios teléfonos que no estaban silenciados.
Esto solía ocurrir muchas veces. Siempre hay alguno que no se acuerda de apagarlo, y en plena sesión comienza a sonar y a sonar mientras los demás disfrutan viendo la cara que pone su dueño mientras busca y rebusca en los bolsillos de su abrigo mientras el aparato suena cada vez más alto. Pero en aquella ocasión no era un solo teléfono, si no muchos. Yo calculé que podían estar sonando aproximadamente unos diez, cada uno con su tono particular. Miento, había mas de diez teléfonos llamando incluyendo los que estaban silenciados, pero que emitían su luz intermitentemente dando un aspecto psicodélico a la sala de plenos. Era evidente que algo estaba pasando. El orador se había percatado del hecho pero seguía con su disertación sobre legislaciones internacionales a la vez que lanzaba miradas desconfiadas a uno y otro lado de la sala. Yo saqué mi teléfono del bolsillo y observé que tenía cinco o seis llamadas perdidas y otros tantos mensajes, lo que no era habitual. Algo estaba sucediendo. Lo primero que se me pasó por la cabeza fue el recuerdo del atentado del 11-M cuando en plena sesión de un congreso médico, comenzaron a funcionar muchos teléfonos al mismo tiempo.
Era evidente que algo fuera de lo común estaba sucediendo.
Después de comprobar el distribuidor y de vuelta al control de sonido, de pronto, se apagaron las luces de la sala. El sonido dejó de funcionar, y los teléfonos quedaron enmudecidos. Todo al mismo tiempo. La preocupación invadió aquella sala. Yo me dirigí corriendo al control y comencé a apagar todos los equipos por miedo a que se restableciera la corriente de golpe, pero el problema no radicaba solamente en una caída de tensión, si no que era mucho más importante. El moderador de la sesión se dirigió al atril y después de comprobar que el micrófono no funcionaba se dirigió a los presentes comunicándoles, en varios idiomas y forzando el tono de su voz, que había ciertos problemas con la instalación eléctrica del Palacio y que mientras se solucionaban, suspendería la sesión durante unos minutos. Los delegados comenzaron a salir de la sala intentando utilizar los teléfonos móviles pero sin ningún resultado. Algunos se dirigieron a las cabinas telefónicas instaladas en el hall del palacio de congresos pero tampoco funcionaban. Todo el sistema de comunicaciones había caído de golpe. A los pocos minutos se pudo restaurar la instalación eléctrica gracias al equipo de emergencias del que disponía el complejo. Este sistema consistía en un gran grupo electrógeno alimentado con gasoil con el que se podían restaurar los servicios mínimos eléctricos durante un periodo de tiempo limitado. Fue entonces cuando el servicio de megafonía anunció que el problema técnico afectaba al sistema de comunicaciones y que aunque se había recuperado el fluido eléctrico, las líneas telefónicas analógicas y digitales así como las de fibra óptica no estaban operativas de momento por lo que se suspendía la convención hasta nuevo aviso. A estas alturas tanto el personal de mantenimiento del centro de congresos como las personas encargadas de la seguridad de los delegados no hacía más que ir de un sitio para otro, inquietos, intentando localizar algún sistema de comunicación con sus respectivas centrales. Algunos vehículos blindados donde viajaban los delegados vips, disponían de telefonía vía satélite y se podían apreciar varios corrillos formados por escoltas y guardaespaldas alrededor de alguno de esos teléfonos, pero tampoco estaban operativos. Yo permanecía en el control intentando restaurar todos los equipos pero cual fue mi sorpresa cuando al encender los receptores de los micrófonos inalámbricos, los displays aparecían en blanco, sin ninguna información. Normalmente debía aparecer la frecuencia de trabajo de cada micrófono pero excepcionalmente estaban en blanco. Intenté realizar un escaneado de frecuencias pero sin éxito. Ningún equipo electrónico conseguía sintonizar con ningún canal de radiofrecuencia. Reunidos la mayoría de los técnicos pudimos llegar a la conclusión de que el espectro radioeléctrico se había colapsado a todos los niveles. Era por eso por lo que era imposible establecer conexiones de telefonía móvil o vía satélite. Todos los repetidores de radio o tv también estaban colapsados así como las redes informáticas vía wifi. En resumen, cualquier vía de comunicación inalámbrica era inviable. La pregunta ahora era a que nivel estaba sucediendo todo esto. Desde luego el Palacio Internacional de Congresos estaba aislado del resto del mundo pero es que también los equipos de seguridad ciudadana estaban incomunicados entre ellos. En una sociedad sometida a las tecnologías de la información, estas eran totalmente inútiles en este momento. Ante el desconcierto generalizado se optó por reunir a todas las personalidades en el auditorio central siguiendo los protocolos de seguridad que se articulaban en todos los eventos de esta categoría. Mientras tanto Miss Fitzgerald y el profesor Michaud que departían con un grupo de periodistas, pudieron observar que un vehículo oscuro con los cristales tintados y precedido por dos motoristas estacionaba delante de la entrada principal al Palacio. Era una comitiva un tanto extraña pues los motoristas no llevaban ningún uniforme característico si no que vestían con ropas oscuras y sus motocicletas tampoco portaban ningún distintivo, ni siquiera los pilotos azules que normalmente utilizaban los servicios de escolta para abrir paso a las comitivas oficiales.
Ni que decir tiene que en cuanto los periodistas se percataron de la llegada del vehículo negro salieron de estampida a las puertas del palacio mientras Miss Fitzgerald y el profesor Michaud se intercambiaban las miradas cargadas de expectación. Una nube de reporteros y periodistas rodeaba el vehículo mientras los motoristas permanecían en sus potentes motocicletas con el motor encendido. Al mismo tiempo se abría la puerta delantera y salía del coche un individuo de casi dos metros de alto extremadamente corpulento que rápidamente procedió a abrir la puerta trasera ayudando a salir a un sujeto con uniforme militar de unos sesenta años, con el pelo muy canoso y el rostro ciertamente desencajado. Su chaqueta estaba cubierta casi completamente por insignias y condecoraciones típicamente militares. Los periodistas comentaban asombrados que es lo que hacía aquí el presidente de la Junta de Jefes del Estado Mayor de la Defensa mientras se arremolinaban alrededor del coche, prácticamente sin dejarle bajar. Casi a trompicones se iba abriendo paso flanqueado por varios escoltas que le iban dirigiendo a la sala Vips donde se encontraban reunidos los presidentes de los estados representados en la cumbre. Miss Fitzgerald y el profesor Michaud, que se encontraban a escasos metros de la comitiva, se habían dado cuenta que los escoltas del general no portaban los típicos pinganillos de cable en espiral que utilizaban normalmente para comunicarse entre ellos. Una vez en la puerta de acceso a la sala Vips los escoltas se deshacían de la nube de medios abriendo los brazos y formando una especie de muro infranqueable mientras los operadores de cámara y los fotógrafos intentaban capturar las últimas imágenes elevando los brazos por encima de las cabezas mientras se cerraba la puerta delante de ellos.
Sra. Presidenta, Sres. Presidentes, les ruego unos minutos de atención. En las últimas horas tanto nuestro país, como el resto de la Unión Europea, ha sufrido un colapso de sus redes de comunicación cuyo origen se considera información reservada. No está en nuestra mano delimitar cuanto durará el problema por lo que procederemos a garantizar su seguridad, trasladándoles al refugio protegido que se contempla en los protocolos de actuación en situaciones de alarma general. Es por ello por lo que les ruego que ustedes y sus asistentes sigan estrictamente las indicaciones que el personal militar les indique para el buen desarrollo de la evacuación. En el momento en que tengamos más información, se la haremos llegar con la mayor brevedad posible.
CONTINUARÁ
Por lo que pueda pasar.
Durante todos estos años han sido infinitas las horas que me he pasado esperando el comienzo de una conferencia y esperando que termine otra. De los temas yo creo que no me queda ninguno por escuchar. Desde el método de reproducción de la perdiz roja de ojo blanco, pasando por la grabación de una subasta de “pajuelas” de sementales Hereford, hasta la retransmisión en directo de una operación de diabetes donde al comenzar a cortar el dorso del pie enfermo, salió una nube de mosquitos con el asombro de todos.
Pero lo que ocurrió aquel día de octubre de 2008 fue realmente insólito. El mundo entero se debatía en una crisis sin precedentes. Todos los organismos mundiales se reunían para intentar paliar sus efectos mientras las cifras de parados ascendían de una forma incontenible. Aquel día yo estaba a cargo de la traducción simultánea en el auditorio del Palacio Internacional de Congresos. La Conferencia había convocado a los máximos líderes políticos y económicos de medio mundo trabajando en seis idiomas oficiales. Doce intérpretes y más de quince técnicos estaban ocupándose del sonido y los medios audiovisuales cuando comenzó el acto de inauguración. En las dos primeras filas de butacas, figuraban los carteles de “RESERVADO” para las autoridades y vips mundiales. Unas filas más atrás estaba sentada Eva Fitzgerald, comisionada económica para el desarrollo de países emergentes. Miss Fitzgerald era una de las figuras mundiales con más conocimientos en los desarrollos microeconómicos de países con mínimos recursos naturales y había sido invitada al congreso con motivo de la publicación de uno de sus trabajos, The optimization of natural resources in peripheral zones.
A su derecha estaba sentado Adams Michaud, canadiense afincado en Florida desde hacía veinticinco años y profesor en The National Stadistics Institute de California. Mister Michaud ostentaba el título de mayor experto internacional en la recopilación de datos evolutivos en relación a procesos económicos globales, aunque en esta ocasión no intervendría en ninguna de las mesas redondas pues había sido invitado solo como consultor en este congreso. Adams Michaud y Eva Fitzgerald no se conocían personalmente pero sí se habían interesado mutuamente por sus respectivos trabajos. Fue tomando un café en los minutos previos a la inauguración del Congreso cuando se reconocieron al observar las acreditaciones que cada uno portaba colgada del cuello.
__Perdone, usted es Eva Fitzgerald?
__Si, y usted…
__Profesor Michaud, encantado de conocerle Miss Fitzgerald. He leído varios de sus trabajos.
__Eso me halaga, profesor, yo también conozco sus últimas publicaciones a cerca de la evolución económica en Medio Oriente.
__Encantado de conocerle profesor Michaud.
__ ¿Presenta usted alguna ponencia en el congreso? No le he visto en el programa.
__No, en esta ocasión me han invitado como asesor del presidente.
__Ciertamente vamos a necesitar mucho asesoramiento durante estos días.
__ ¿A qué se refiere?
__Bueno, la situación mundial requiere de opiniones y argumentos objetivos y no políticos.
__Estoy de acuerdo con usted pero desgraciadamente prevalecerán los planteamientos políticos por encima de las investigaciones sociológicas.
__Bueno, veremos si estos días podemos cambiar algo.
La conversación de Miss Fitzgerald y el profesor Michaud fue interrumpida por el sonido de la megafonía anunciando las indicaciones previas a la inauguración del evento.
__Rogamos a los señores delegados tengan la amabilidad de silenciar sus teléfonos móviles. En breves momentos comenzará el acto de inauguración.
Los participantes iban ocupando sus asientos mientras yo daba las últimas instrucciones a los intérpretes en relación a los canales de traducción. Mientras tanto el estadounidense Warren Baker, Secretario del Tesoro de EEUU, abría la sesión saludando a los delegados congregados en el auditorio.
Yo seguía cotejando el sonido en las cabinas, ya más tranquilo, una vez que había comenzado la conferencia. Todo se desarrollaba adecuadamente mientras pensaba en el tostón que me esperaba escuchar, como tantas otras veces. Estaba acostumbrado a soportar interminables discursos generalistas donde lo único que se trataba es de crear las bases donde asentar las premisas que pudieran llevar a la realización de los trabajos de grupo que previamente se habían elaborado con objeto de tramitar las conclusiones que conducirían a la celebración de un foro compuesto por los redactores de los informes que estudiarían los marcos legales donde poder plasmar las bases de los estudios previos enmarcados en los respectivos ámbitos políticos dentro del marco conjunto.
En definitiva, verborrea ininteligible donde se perdían ponentes y delegados sin llegar nunca a tratar los temas directamente y darles las soluciones oportunas. Como siempre los primeros momentos, después de la ceremonia de inauguración, se dedicaban a informaciones sobre orden y protocolos. Ya se habían tocado todos estos temas cuando el primer ponente se acercó al atril y comenzó su disertación sobre el estado de la situación mundial. Adams Michaud, llevado por su obsesión estadística escuchaba la intervención calculando mentalmente cuanto estarían bajando las bolsas mundiales durante esta media hora de conferencia y cuantas personas en el mundo perderían su trabajo durante este tiempo.
Eva Fitzgerald, mientras tanto, le miraba de reojo imaginando en que estaría pensando su admirado compañero de butaca. A Miss Fitzgerald tampoco le interesaba lo más mínimo el contenido vacío de la conferencia y no hacía más que pensar la cantidad de canapés que se tirarían a la basura durante el desarrollo de la cumbre mientras las recientes estadísticas de la FAO anunciaban un gran incremento en las muertes por inanición debido a la crisis alimenticia que se había provocado, en los últimos tiempos, al destinar una gran parte de las reservas mundiales de cereales a la elaboración de biocombustibles para países desarrollados.
Los aplausos dedicados al ponente les sacaron a nuestros expertos de sus pensamientos mientras se lanzaban una fugaz mirada cómplice, sin emitir ningún comentario.
A continuación, y después de la lectura detallada del curriculum del segundo ponente, este comenzó su disertación acerca de un tema que carecía de interés para la mayoría de la audiencia pero que todo el mundo intentaba disimular.
Yo, desde el fondo de la sala, donde estaba situado el control, veía las cabezas de todos los delegados y me distraía estudiando las reacciones de todos ellos ante conferencias de este tipo. Era curioso comprobar que durante discursos interesantes todas las cabezas que asomaban por encima del respaldo de las butacas, permanecían quietas, erguidas, manteniendo la atención en el orador o en la pantalla de proyección. En esas ocasiones el silencio total de la sala era roto solo por el tono de voz animado y vivaz del orador. En esta ocasión, la reacción del público denotaba una falta absoluta de interés por la conferencia. Desde mi posición notaba que las cabezas se movían de un lado a otro como intentando cambiar la orientación para evitar el sopor que les invadía desde hacía ya mas de media hora. Incluso si yo me ponía de pie podía ver como muchos de los delegados estaban atendiendo a sus teléfonos móviles, unos leyendo los e-mails, otros jugueteando con los programas. Era claro que no les interesaba absolutamente nada el tema que se estaba tratando. De todas formas hubo algo especial aquella mañana. En un momento dado, yo salí del control para realizar una verificación en uno de los distribuidores que había instalado a lo largo de la sala y pude observar que casi todos los participantes en el foro estaban mirando sus teléfonos móviles, que aunque silenciados, permanecían encendidos, iluminando suavemente cada una de las filas de butacas. Desde el control se podía observar como la mayoría de las cabezas estaban inclinadas hacia delante como si sus dueños estuvieran dormidos. En ese momento sonaron varios teléfonos que no estaban silenciados.
Esto solía ocurrir muchas veces. Siempre hay alguno que no se acuerda de apagarlo, y en plena sesión comienza a sonar y a sonar mientras los demás disfrutan viendo la cara que pone su dueño mientras busca y rebusca en los bolsillos de su abrigo mientras el aparato suena cada vez más alto. Pero en aquella ocasión no era un solo teléfono, si no muchos. Yo calculé que podían estar sonando aproximadamente unos diez, cada uno con su tono particular. Miento, había mas de diez teléfonos llamando incluyendo los que estaban silenciados, pero que emitían su luz intermitentemente dando un aspecto psicodélico a la sala de plenos. Era evidente que algo estaba pasando. El orador se había percatado del hecho pero seguía con su disertación sobre legislaciones internacionales a la vez que lanzaba miradas desconfiadas a uno y otro lado de la sala. Yo saqué mi teléfono del bolsillo y observé que tenía cinco o seis llamadas perdidas y otros tantos mensajes, lo que no era habitual. Algo estaba sucediendo. Lo primero que se me pasó por la cabeza fue el recuerdo del atentado del 11-M cuando en plena sesión de un congreso médico, comenzaron a funcionar muchos teléfonos al mismo tiempo.
Era evidente que algo fuera de lo común estaba sucediendo.
Después de comprobar el distribuidor y de vuelta al control de sonido, de pronto, se apagaron las luces de la sala. El sonido dejó de funcionar, y los teléfonos quedaron enmudecidos. Todo al mismo tiempo. La preocupación invadió aquella sala. Yo me dirigí corriendo al control y comencé a apagar todos los equipos por miedo a que se restableciera la corriente de golpe, pero el problema no radicaba solamente en una caída de tensión, si no que era mucho más importante. El moderador de la sesión se dirigió al atril y después de comprobar que el micrófono no funcionaba se dirigió a los presentes comunicándoles, en varios idiomas y forzando el tono de su voz, que había ciertos problemas con la instalación eléctrica del Palacio y que mientras se solucionaban, suspendería la sesión durante unos minutos. Los delegados comenzaron a salir de la sala intentando utilizar los teléfonos móviles pero sin ningún resultado. Algunos se dirigieron a las cabinas telefónicas instaladas en el hall del palacio de congresos pero tampoco funcionaban. Todo el sistema de comunicaciones había caído de golpe. A los pocos minutos se pudo restaurar la instalación eléctrica gracias al equipo de emergencias del que disponía el complejo. Este sistema consistía en un gran grupo electrógeno alimentado con gasoil con el que se podían restaurar los servicios mínimos eléctricos durante un periodo de tiempo limitado. Fue entonces cuando el servicio de megafonía anunció que el problema técnico afectaba al sistema de comunicaciones y que aunque se había recuperado el fluido eléctrico, las líneas telefónicas analógicas y digitales así como las de fibra óptica no estaban operativas de momento por lo que se suspendía la convención hasta nuevo aviso. A estas alturas tanto el personal de mantenimiento del centro de congresos como las personas encargadas de la seguridad de los delegados no hacía más que ir de un sitio para otro, inquietos, intentando localizar algún sistema de comunicación con sus respectivas centrales. Algunos vehículos blindados donde viajaban los delegados vips, disponían de telefonía vía satélite y se podían apreciar varios corrillos formados por escoltas y guardaespaldas alrededor de alguno de esos teléfonos, pero tampoco estaban operativos. Yo permanecía en el control intentando restaurar todos los equipos pero cual fue mi sorpresa cuando al encender los receptores de los micrófonos inalámbricos, los displays aparecían en blanco, sin ninguna información. Normalmente debía aparecer la frecuencia de trabajo de cada micrófono pero excepcionalmente estaban en blanco. Intenté realizar un escaneado de frecuencias pero sin éxito. Ningún equipo electrónico conseguía sintonizar con ningún canal de radiofrecuencia. Reunidos la mayoría de los técnicos pudimos llegar a la conclusión de que el espectro radioeléctrico se había colapsado a todos los niveles. Era por eso por lo que era imposible establecer conexiones de telefonía móvil o vía satélite. Todos los repetidores de radio o tv también estaban colapsados así como las redes informáticas vía wifi. En resumen, cualquier vía de comunicación inalámbrica era inviable. La pregunta ahora era a que nivel estaba sucediendo todo esto. Desde luego el Palacio Internacional de Congresos estaba aislado del resto del mundo pero es que también los equipos de seguridad ciudadana estaban incomunicados entre ellos. En una sociedad sometida a las tecnologías de la información, estas eran totalmente inútiles en este momento. Ante el desconcierto generalizado se optó por reunir a todas las personalidades en el auditorio central siguiendo los protocolos de seguridad que se articulaban en todos los eventos de esta categoría. Mientras tanto Miss Fitzgerald y el profesor Michaud que departían con un grupo de periodistas, pudieron observar que un vehículo oscuro con los cristales tintados y precedido por dos motoristas estacionaba delante de la entrada principal al Palacio. Era una comitiva un tanto extraña pues los motoristas no llevaban ningún uniforme característico si no que vestían con ropas oscuras y sus motocicletas tampoco portaban ningún distintivo, ni siquiera los pilotos azules que normalmente utilizaban los servicios de escolta para abrir paso a las comitivas oficiales.
Ni que decir tiene que en cuanto los periodistas se percataron de la llegada del vehículo negro salieron de estampida a las puertas del palacio mientras Miss Fitzgerald y el profesor Michaud se intercambiaban las miradas cargadas de expectación. Una nube de reporteros y periodistas rodeaba el vehículo mientras los motoristas permanecían en sus potentes motocicletas con el motor encendido. Al mismo tiempo se abría la puerta delantera y salía del coche un individuo de casi dos metros de alto extremadamente corpulento que rápidamente procedió a abrir la puerta trasera ayudando a salir a un sujeto con uniforme militar de unos sesenta años, con el pelo muy canoso y el rostro ciertamente desencajado. Su chaqueta estaba cubierta casi completamente por insignias y condecoraciones típicamente militares. Los periodistas comentaban asombrados que es lo que hacía aquí el presidente de la Junta de Jefes del Estado Mayor de la Defensa mientras se arremolinaban alrededor del coche, prácticamente sin dejarle bajar. Casi a trompicones se iba abriendo paso flanqueado por varios escoltas que le iban dirigiendo a la sala Vips donde se encontraban reunidos los presidentes de los estados representados en la cumbre. Miss Fitzgerald y el profesor Michaud, que se encontraban a escasos metros de la comitiva, se habían dado cuenta que los escoltas del general no portaban los típicos pinganillos de cable en espiral que utilizaban normalmente para comunicarse entre ellos. Una vez en la puerta de acceso a la sala Vips los escoltas se deshacían de la nube de medios abriendo los brazos y formando una especie de muro infranqueable mientras los operadores de cámara y los fotógrafos intentaban capturar las últimas imágenes elevando los brazos por encima de las cabezas mientras se cerraba la puerta delante de ellos.
Sra. Presidenta, Sres. Presidentes, les ruego unos minutos de atención. En las últimas horas tanto nuestro país, como el resto de la Unión Europea, ha sufrido un colapso de sus redes de comunicación cuyo origen se considera información reservada. No está en nuestra mano delimitar cuanto durará el problema por lo que procederemos a garantizar su seguridad, trasladándoles al refugio protegido que se contempla en los protocolos de actuación en situaciones de alarma general. Es por ello por lo que les ruego que ustedes y sus asistentes sigan estrictamente las indicaciones que el personal militar les indique para el buen desarrollo de la evacuación. En el momento en que tengamos más información, se la haremos llegar con la mayor brevedad posible.
CONTINUARÁ
"Bibiana Durmiente"
Érase una vez un país de ilusiones donde moraba la Sra. Ministra D.ª Bibiana Aído Durmiente. Esta ministra que regía el Ministerio de Igualdad se despertó un buen día por la mañana soñando que le besaba un príncipe mientras dormía. Rápidamente se incorporó en su lecho, cogió el teléfono, llamó al Instituto de La Mujer, al sindicato FETE-UGT y a su jefa de gabinete y puso en marcha todo un plan para censurar los cuentos infantiles donde figuraban príncipes que besaban doncellas y doncellas que no reivindicaban sus derechos, considerándolos sexistas.
¿De verdad piensa usted, Sra. Ministra, que el cuento de Blancanieves y los siete enanitos es machista? ¡Pero si la estrella del cuento es Blancanieves! Pero si la segunda protagonista del cuento es la bruja. ¿O es que eran travestis las dos? ¿Son machistas los siete enanos que se pasaban el día currando como enanos en el bosque para tener contenta a Blanca?
¿Es machista el Príncipe que ligó con Cenicienta? ¡Pero si se pasó un montón de tiempo sin tener relaciones hasta que encontró a Cenicienta! y además tuvo que andar toqueteando todos los zapatos de la zona. Y al fin y al cabo, Cenicienta acabó viajando en carroza de cristal y viviendo en un palacete de puta madre y por lo que recuerdo fueron felices, comieron perdices y debieron copular a lo bestia durante el resto de sus días porque no tenían otra cosa que hacer. ¿Y que me dice de Peter Pan? Por esta regla de tres, Peter Pan debería ser gay a juzgar por la vestimenta que usaba. ¿Y el Capitán Garfio procedía de una familia desestructurada? ¿Por eso disfrutaba tanto puteando a Campanilla? Bueno, y Caperucita roja... ¿no es machista? Ah, no, perdón, no es machista porque es roja. De cualquier forma lo de llevar un bocata panceta a una enferma terminal, tiene mala leche. Joder, con Caperu. ¿Y ese lobo babeando cada vez que la observaba por el bosque, con su capa roja? ¿Acaso era un voyeur?
Mire, Bibiana, esto es todo un despropósito. ¿Que pasa, que usted se aburre en ese ministerio inútil que le han creado a su medida? Un ministerio que se crea para reafirmar que los hombres y las mujeres tienen los mismos derechos. Es como crear un Ministerio para la Paz para reafirmar que la gente tiene que vivir en paz. ¿Pero es que no hay problemas de que ocuparse hoy en día que los cuentos de la Bella Durmiente? Despierte, Sra. Ministra y en primer lugar ilústrese sobre la literatura infantil de hace 60 años que estaba creada para aquella sociedad, que sin ser igualitaria respecto a la mujer, era la que desgraciadamente tocaba en ese momento. Estoy seguro de que usted dormiría más tranquila si Eva le hubiera arrancado la costilla a Adán, pero la cuestión no fue así desgraciadamente. Que le vamos a hacer. También puede usted cambiar las antiguas escrituras pero pienso que sería mejor dedicarse a promocionar el folklore andaluz y dejarse de calentar los cascos a la gente que tiene otros problemas que atender. Para ser Agustina de Aragón o Juana de Arco hay que estar intelectualmente mejor preparada.
¿De verdad piensa usted, Sra. Ministra, que el cuento de Blancanieves y los siete enanitos es machista? ¡Pero si la estrella del cuento es Blancanieves! Pero si la segunda protagonista del cuento es la bruja. ¿O es que eran travestis las dos? ¿Son machistas los siete enanos que se pasaban el día currando como enanos en el bosque para tener contenta a Blanca?
¿Es machista el Príncipe que ligó con Cenicienta? ¡Pero si se pasó un montón de tiempo sin tener relaciones hasta que encontró a Cenicienta! y además tuvo que andar toqueteando todos los zapatos de la zona. Y al fin y al cabo, Cenicienta acabó viajando en carroza de cristal y viviendo en un palacete de puta madre y por lo que recuerdo fueron felices, comieron perdices y debieron copular a lo bestia durante el resto de sus días porque no tenían otra cosa que hacer. ¿Y que me dice de Peter Pan? Por esta regla de tres, Peter Pan debería ser gay a juzgar por la vestimenta que usaba. ¿Y el Capitán Garfio procedía de una familia desestructurada? ¿Por eso disfrutaba tanto puteando a Campanilla? Bueno, y Caperucita roja... ¿no es machista? Ah, no, perdón, no es machista porque es roja. De cualquier forma lo de llevar un bocata panceta a una enferma terminal, tiene mala leche. Joder, con Caperu. ¿Y ese lobo babeando cada vez que la observaba por el bosque, con su capa roja? ¿Acaso era un voyeur?
Mire, Bibiana, esto es todo un despropósito. ¿Que pasa, que usted se aburre en ese ministerio inútil que le han creado a su medida? Un ministerio que se crea para reafirmar que los hombres y las mujeres tienen los mismos derechos. Es como crear un Ministerio para la Paz para reafirmar que la gente tiene que vivir en paz. ¿Pero es que no hay problemas de que ocuparse hoy en día que los cuentos de la Bella Durmiente? Despierte, Sra. Ministra y en primer lugar ilústrese sobre la literatura infantil de hace 60 años que estaba creada para aquella sociedad, que sin ser igualitaria respecto a la mujer, era la que desgraciadamente tocaba en ese momento. Estoy seguro de que usted dormiría más tranquila si Eva le hubiera arrancado la costilla a Adán, pero la cuestión no fue así desgraciadamente. Que le vamos a hacer. También puede usted cambiar las antiguas escrituras pero pienso que sería mejor dedicarse a promocionar el folklore andaluz y dejarse de calentar los cascos a la gente que tiene otros problemas que atender. Para ser Agustina de Aragón o Juana de Arco hay que estar intelectualmente mejor preparada.
"Los Pies en la Tierra"
En la pequeña mesa de mármol blanco descansan varias botellas de cerveza Paulaner Heffe-Weissbier de trigo vacías.
Demasiadas botellas de cerveza Paulaner Heffe-Weissbier de trigo vacías.
En sus mentes revolotean muchos recuerdos de hace demasiados años.
Demasiados recuerdos imposibles de organizar en el tiempo.
En el ambiente resuena el paso de los segundos uno detrás de otro, impacientes, intentando atropellarse alocadamente.
Demasiados segundos martilleando sin pausa mientras apuran el último trago de cerveza Paulaner Heffe-Weissbier de trigo. Cada momento se cruzan una mirada que termina en el reloj de época colgado en una de las paredes de aquella vieja cervecería.
Mucho tiempo han estado esperando este momento.
Demasiado tiempo sin saber unos de otros.
Vuelven a intercambiar una inquieta mirada mientras encienden otro cigarrillo más.
Demasiados cigarrillos que van creando una atmósfera cargada de expectación.
__Son las siete ya…
__Si...
Falta muy poco. En cualquier instante aparecerá alguien por aquella puerta de “Saloon” del viejo oeste. Será el momento.
A través de la cristalera pueden apreciar las figuras de tres personas que se acercan decididas al reservado. Cogen aire justo antes de aparecer alguien con unos ojos azules, claros, relucientes.
Esos ojos que se ven una vez y no se olvidan jamás.
Esos ojos de National Geografic que se fijan en la memoria y que te persiguen a lo largo de tu vida como un fantasma.
Esos ojos capaces de expresar tantas emociones hace más de treinta años.
Los mismos ojos que en aquel sótano se clavaban en él preguntándose que pasaría al apagar la tenue luz roja mientras el Gato Stevens maullaba suavemente invadiendo aquella estancia.
Los ojos de la gata de angora que afilaba sus uñas discretamente cuando él intentaba saltarse la línea para acariciarle.
Esos ojos expectantes y llenos de vida decoraban ahora la misma sonrisa nerviosa de siempre.
Esos ojos estaban ahora allí mismo.
A pocos metros.
Clavados como aguijones en él.
Sin palabras.
El sudor en las manos.
La boca, como una manada de patos pidiendo pienso.
La cabeza anestesiada por demasiada cerveza Paulaner Heffe-Weissbier de trigo.
Aquel grito nervioso al verlos subió el telón de una noche apasionante en la vida de aquellos cincuentones.
__ ¿Como estáis?
__Bien, bien…
El abrazo inicial duró mucho menos de lo que esperaban.
Un abrazo discreto. Un tímido abrazo que quería alargarse en el tiempo pero… no podía ser. La realidad se encargó de romperlo mientras, de nuevo, separaban sus brazos el uno del otro.
El resto de la pandilla aislado con sus recuerdos y sus sensaciones iban dando rienda suelta a todo lo que no se habían contado durante tantos años. Mientras tanto en la esquina de la mesa, aquella vieja silla de madera permanecía impasible ocupada por la ausencia. No estaban todos. Faltaba alguien a quien el destino jugó una mala pasada y no tuvo la más mínima consideración con Ella. Entre risas y recuerdos dirigían alguna mirada fugaz a esa silla ocupada por la nostalgia. Durante toda la noche les acompañó como una extraña presencia mientras recordaban antiguas canciones de la época.
Son las tres de la mañana cuando aquella excursión de viejos adolescentes va cerrando uno por uno todos los locales de copas buscando el “Sótano de Inés”
Pero el “Sótano de Inés” esta cerrado. Cerró hace mucho tiempo. Cerró al mismo tiempo que se cerraron muchas expectativas. El tiempo fue su portero de noche.
Es muy tarde ya.
El sueño se va desvaneciendo.
El embrujo va desapareciendo muy poco a poco pero impasible.
Vuelven a cruzarse miradas llenas de complicidad.
Algunos abrazos se resisten a deshacerse.
Los labios se funden entre sí fugazmente, discretamente, tímidamente.
Algunos árboles sonríen exhibiendo sus otoñales cintas amarillas.
En la fría madrugada… Sudan los ojos.
"Perato"
Madrid, 15-11-2009
Demasiadas botellas de cerveza Paulaner Heffe-Weissbier de trigo vacías.
En sus mentes revolotean muchos recuerdos de hace demasiados años.
Demasiados recuerdos imposibles de organizar en el tiempo.
En el ambiente resuena el paso de los segundos uno detrás de otro, impacientes, intentando atropellarse alocadamente.
Demasiados segundos martilleando sin pausa mientras apuran el último trago de cerveza Paulaner Heffe-Weissbier de trigo. Cada momento se cruzan una mirada que termina en el reloj de época colgado en una de las paredes de aquella vieja cervecería.
Mucho tiempo han estado esperando este momento.
Demasiado tiempo sin saber unos de otros.
Vuelven a intercambiar una inquieta mirada mientras encienden otro cigarrillo más.
Demasiados cigarrillos que van creando una atmósfera cargada de expectación.
__Son las siete ya…
__Si...
Falta muy poco. En cualquier instante aparecerá alguien por aquella puerta de “Saloon” del viejo oeste. Será el momento.
A través de la cristalera pueden apreciar las figuras de tres personas que se acercan decididas al reservado. Cogen aire justo antes de aparecer alguien con unos ojos azules, claros, relucientes.
Esos ojos que se ven una vez y no se olvidan jamás.
Esos ojos de National Geografic que se fijan en la memoria y que te persiguen a lo largo de tu vida como un fantasma.
Esos ojos capaces de expresar tantas emociones hace más de treinta años.
Los mismos ojos que en aquel sótano se clavaban en él preguntándose que pasaría al apagar la tenue luz roja mientras el Gato Stevens maullaba suavemente invadiendo aquella estancia.
Los ojos de la gata de angora que afilaba sus uñas discretamente cuando él intentaba saltarse la línea para acariciarle.
Esos ojos expectantes y llenos de vida decoraban ahora la misma sonrisa nerviosa de siempre.
Esos ojos estaban ahora allí mismo.
A pocos metros.
Clavados como aguijones en él.
Sin palabras.
El sudor en las manos.
La boca, como una manada de patos pidiendo pienso.
La cabeza anestesiada por demasiada cerveza Paulaner Heffe-Weissbier de trigo.
Aquel grito nervioso al verlos subió el telón de una noche apasionante en la vida de aquellos cincuentones.
__ ¿Como estáis?
__Bien, bien…
El abrazo inicial duró mucho menos de lo que esperaban.
Un abrazo discreto. Un tímido abrazo que quería alargarse en el tiempo pero… no podía ser. La realidad se encargó de romperlo mientras, de nuevo, separaban sus brazos el uno del otro.
El resto de la pandilla aislado con sus recuerdos y sus sensaciones iban dando rienda suelta a todo lo que no se habían contado durante tantos años. Mientras tanto en la esquina de la mesa, aquella vieja silla de madera permanecía impasible ocupada por la ausencia. No estaban todos. Faltaba alguien a quien el destino jugó una mala pasada y no tuvo la más mínima consideración con Ella. Entre risas y recuerdos dirigían alguna mirada fugaz a esa silla ocupada por la nostalgia. Durante toda la noche les acompañó como una extraña presencia mientras recordaban antiguas canciones de la época.
No has cambiado sigues siendo tú
y yo sigo igual que siempre,
en seguida te reconocí
fue un latido diferente,
será que tanto tiempo
apenas nos rozó,
solo pasó por dentro.
Como siempre, como ayer,
tú más hombre, yo más mujer,
como niños, sin saber que hacer;
una copa, un café
tu mirando, yo mírame,
sin palabras, igual que aquella vez;
¿Tú que cuentas? yo ¿Como estás?
tú nervioso, yo mucho más,
es extraño, parece todo igual. . . igual.
Se hace tarde y tengo que irme ya
tú te pierdes con la gente,
los recuerdos y la realidad
se confunden lentamente,
espérame un momento
de vernos otra vez
y detener el tiempo.
Como siempre, como ayer,
tú más hombre, yo más mujer,
como niños, sin saber que hacer;
una copa, un café
tu mirando, yo mírame,
sin palabras, igual que aquella vez;
¿Tú que cuentas? yo ¿Como estás?
tú nervioso, yo mucho más,
es extraño, parece todo igual. . . igual.
Un segundo y después
tú a lo tuyo y yo también
como siempre, igual que aquella vez.
(Mocedades)
Son las tres de la mañana cuando aquella excursión de viejos adolescentes va cerrando uno por uno todos los locales de copas buscando el “Sótano de Inés”
Pero el “Sótano de Inés” esta cerrado. Cerró hace mucho tiempo. Cerró al mismo tiempo que se cerraron muchas expectativas. El tiempo fue su portero de noche.
Es muy tarde ya.
El sueño se va desvaneciendo.
El embrujo va desapareciendo muy poco a poco pero impasible.
Vuelven a cruzarse miradas llenas de complicidad.
Algunos abrazos se resisten a deshacerse.
Los labios se funden entre sí fugazmente, discretamente, tímidamente.
Algunos árboles sonríen exhibiendo sus otoñales cintas amarillas.
En la fría madrugada… Sudan los ojos.
"Perato"
Madrid, 15-11-2009
"EX PAÑA IS DIFERENT"
No te vayas todavía, no te vayas, por favor, no te vayas Bibianilla que el ministro Moratones llora cuando dice adiós.
¿Dios? ¿Existe Dios? Pues por si acaso, por Dios te lo pido, Bibiana, no nos dejes, por lo que más quieras. Perdóname todas mis críticas y las de otros pero no nos dejes en manos de la Pagín. No dejes que tu angelical cara de photoshop sea sustituida por la de Pagín y si es así, te ruego le pidas prestada su pulsera “Power Balance” para que deje de hacer el ridículo en las ruedas de prensa. Por lo menos, que se la quite cada vez que entre en el ministerio. En verdad os digo, hermanos, que estamos en manos de Dios. Mira que si la política de sanidad ex pañola se va a sostener en los beneficios de las pulseras “Power Balance”… Todo es posible. Se me ocurre que si la Ministra de Sanidad lleva en su mano una de esas pulseras será por algo. Podría hablar con Valeriano Gómez para que las reparta a la salida de todas las oficinas de empleo del país. Los pobres parados saldrían de la oficina con su subsidio y una pulserita de colorines que les proporcionaría "equilibrio, fuerza y flexibilidad".
Y qué me dices de Valeriano Gómez (el enemigo en casa). Hace cuatro días poniendo a parir al gobierno en la manifestación contra la reforma laboral que el mismo tiene que desarrollar. ¿Se puede ser más subnormal? Y mientras tanto Ministrini secándole las lágrimas a Moratones.
Patético. Y a todo esto sale el animal (león) de la Riva del alcalde de Valladolid comentando la forma de los labios de Pajín. __ ¡Hombre, León, que todos nos habíamos dado cuenta! Pero un poquito de por favor__Entre ese comentario y lo de la “Señorita Pepis vestida de soldadito” refiriéndose a la Chacón, no estás haciendo muchos méritos para el Ministerio de Igualdad, ministerio que no es que haya desaparecido si no que se ha reconvertido en Secretaría de Estado de Igualdad. Y quien va a estar al cargo?????????
Doña Bibiana Aído, naturalmente, íntima amiga de la Pagín. La flamante ministra es lo primero que ha hecho nada más coger la cartera y antes de quitarse la pulsera mágica. Así que no me extrañaría que a este paso nombrara a León de La Riva, asesor de la Secretaría de Estado de Igualdad y así estaría el circo completo, incluido el ventrílocuo de Rajoy. Mientras tanto puedo apreciar una gran fila de parados que a ritmo de enanitos de Blanca Nieves van mostrando orgullosos sus pulseritas de colores entonando aquella alegre melodía: “Pajín, Pajín, Pajín, mucho cuidado con lo que haciiiiiiis, Pajín, Pajín, Pajín, a Zapatero no pisiiiiiiiis”.
Perato
22-10-2010
¿Dios? ¿Existe Dios? Pues por si acaso, por Dios te lo pido, Bibiana, no nos dejes, por lo que más quieras. Perdóname todas mis críticas y las de otros pero no nos dejes en manos de la Pagín. No dejes que tu angelical cara de photoshop sea sustituida por la de Pagín y si es así, te ruego le pidas prestada su pulsera “Power Balance” para que deje de hacer el ridículo en las ruedas de prensa. Por lo menos, que se la quite cada vez que entre en el ministerio. En verdad os digo, hermanos, que estamos en manos de Dios. Mira que si la política de sanidad ex pañola se va a sostener en los beneficios de las pulseras “Power Balance”… Todo es posible. Se me ocurre que si la Ministra de Sanidad lleva en su mano una de esas pulseras será por algo. Podría hablar con Valeriano Gómez para que las reparta a la salida de todas las oficinas de empleo del país. Los pobres parados saldrían de la oficina con su subsidio y una pulserita de colorines que les proporcionaría "equilibrio, fuerza y flexibilidad".
Y qué me dices de Valeriano Gómez (el enemigo en casa). Hace cuatro días poniendo a parir al gobierno en la manifestación contra la reforma laboral que el mismo tiene que desarrollar. ¿Se puede ser más subnormal? Y mientras tanto Ministrini secándole las lágrimas a Moratones.
Patético. Y a todo esto sale el animal (león) de la Riva del alcalde de Valladolid comentando la forma de los labios de Pajín. __ ¡Hombre, León, que todos nos habíamos dado cuenta! Pero un poquito de por favor__Entre ese comentario y lo de la “Señorita Pepis vestida de soldadito” refiriéndose a la Chacón, no estás haciendo muchos méritos para el Ministerio de Igualdad, ministerio que no es que haya desaparecido si no que se ha reconvertido en Secretaría de Estado de Igualdad. Y quien va a estar al cargo?????????
Doña Bibiana Aído, naturalmente, íntima amiga de la Pagín. La flamante ministra es lo primero que ha hecho nada más coger la cartera y antes de quitarse la pulsera mágica. Así que no me extrañaría que a este paso nombrara a León de La Riva, asesor de la Secretaría de Estado de Igualdad y así estaría el circo completo, incluido el ventrílocuo de Rajoy. Mientras tanto puedo apreciar una gran fila de parados que a ritmo de enanitos de Blanca Nieves van mostrando orgullosos sus pulseritas de colores entonando aquella alegre melodía: “Pajín, Pajín, Pajín, mucho cuidado con lo que haciiiiiiis, Pajín, Pajín, Pajín, a Zapatero no pisiiiiiiiis”.
Perato
22-10-2010
17 de agosto de 2008
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ROJO, BLANCO Y NEGRO
A la una de la madrugada, la furgoneta acondicionada para pasar la noche, le espera aparcada en una de las calles más tranquilas que encontró nada más llegar a la ciudad.
Vuelve andando, despacio, después de haberse despedido de sus tres amigos de siempre. Larga despedida entre risas y copas. Tan larga como el tiempo que no coincidía con uno de ellos. Veintitrés años nada menos.
Abre la puerta trasera del vehículo y se tumba sobre las colchonetas dispuestas a lo largo. Hace calor y deja el portón medio abierto.
__SMS- ¿Cuál es el mejor tramo para correr?
__SMS- ¿Pero tú donde estas?
__SMS- ¡Que pregunta más lerda!
__SMS- En Imarcoaín, a diez kilómetros de Pamplona.
__SMS- ¿Estás en Pamplona, cabronazo?
__SMS- Ya lo ves.
__SMS- Vale, nos vemos en la plaza Blanca de Navarra en media hora.
Cuando se encontró con sus amigos después de tanto tiempo no pudo evitar la emoción. Esa sonrisa de siempre mezclada con la cara de sorpresa se le quedará marcada para mucho tiempo. Ese abrazo de bienvenida era verdaderamente largo y sincero pues ninguno aflojaba como queriendo suplir tanto tiempo de ausencia.
Se va acurrucando en el saco mientras coloca los cojines que le sirven de almohada. Casi completamente a oscuras se quita el reloj y ajusta la alarma poniendo mucho cuidado en no equivocarse.
El sofoco del reencuentro va desapareciendo mientras dan cuenta de sendas jarras de cerveza fresca.
__ ¡Por nosotros… ¡
__ ¡Por nosotros!
No dejan de mirarse intentando adivinar quien será el primero en recordar las consabidas batallitas de la mili. O quizás se observan comparando sus respectivas tripitas cerveceras. Juana no ha cambiado en absoluto. Delgada y estilizada, como siempre. Julio, su marido, algo más grueso, aunque insiste en que no pasa de los ochenta kilos. Joaquín, también algo mas rollizo pero con la misma sonrisa de bonachón que le caracterizó siempre.
Intenta coger el sueño recordando el sabor de las trufas que hacía Juana hace más de veinte años cuando ellos estaban juntos, en Valladolid, cumpliendo con el servicio militar. Ese aroma es una de esas cosas que se llevan consigo durante toda la vida.
Sigue sudando sin poder conciliar el sueño. No deja de pensar en cómo se desarrollará la carrera.
Alguien con más de una copa pasa dando trompicones y cantando algo irreconocible cerca del coche. Espera que pase de largo cuanto antes.
Deciden ir a cenar algo rápido pues no quieren que se les alargue la noche. Mañana será un día emocionante.
__ ¿Quieres un bocadillo de ajoarriero?
__ ¿Ajoarriero en bocadillo? Vale.
Siempre le ha encantado el ajoarriero, ya sea en cazuela de barro, perolo, taperware o en bocadillo.
Los pies pegados, como siempre, al suelo pegajoso de aquel bar.
El sueño de los mejores tiempos pasados lo rompe poco a poco el sonido peculiar del despertador del teléfono móvil.
5H. 30mn. Las legañas funden los párpados con fuerza y solo se desprenden cuando se incorpora en su improvisado lecho. El fogonazo de la farola encendida es lo primero que ve al frotarse los ojos con sus dedos sudorosos. A trancas y barrancas se va vistiendo, medio encorvado, dentro de su habitáculo.
__El nudo de la faja es a izquierdas o a derechas?
Se anuda el pañuelico rojo recordando la ancestral simbología de la sangre derramada en el degollamiento de San Fermín en Ambers en el siglo XVIII.
__No es momento de pensar en sangre, precisamente.
Intenta no llevar nada más que lo imprescindible. Solo las llaves del coche y el carnet de identidad.
El amanecer, fresco.
El paso, rápido.
El ánimo dispuesto.
La ilusión encendida.
Van pasando las farolas de dos en dos mientras se dirige al tramo que anoche estudió con tanto cuidado asesorado por sus compañeros de siempre.
Cafetería Belagua. A medio camino entre Estafeta y Telefónica. Ese es el lugar idóneo. Mira y remira el suelo de adoquines. Pasa el pie una y otra vez examinando el grado de adherencia. El pavimento está ligeramente húmedo todavía pero faltan casi dos horas y media para que comience el encierro.
__Para entonces estará seco?
Al cabo de un buen rato deambulando por el recorrido observa a otros mozos que emplean estos últimos momentos en realizar estiramientos, flexiones, etc. cada uno con la mirada extraviada no se sabe donde.
La policía municipal y la ertzaintza van acotando las zonas del recorrido.
Uno de los mozos lleva una camiseta blanca con la foto de sus hijos en blanco y negro impresa por delante y por detrás.
Hay quien se santigua dos veces discretamente mirando al suelo.
Una pareja de americanos se dan masajes apoyados en la fachada de Estafeta.
Alguien que no va a correr el encierro, y con la camiseta completamente teñida de calimocho se aproxima medio tambaleándose levantando la mano en forma de saludo. No le rehuye el gesto y chocan sus manos como si se conocieran de toda la vida.
Los encargados de montar el vallado terminan de realizar su trabajo rodeando físicamente a los espectadores que se han hecho fuertes a lo largo del recorrido.
Un mozo, entrado en años, se ata los cordones de las zapatillas con una liturgia especial y prácticamente sin flexionar las rodillas. Otro, va enrollando parsimoniosamente un ejemplar del Diario de Navarra.
Son muchos los que siguen frotando el suelo con cierta desconfianza.
Parece que se va secando, poco a poco.
Faltan escasamente diez minutos para detonar el cohete que anuncia la apertura de los corrales.
Los corredores se entremezclan con la gente que solo aspira a simular que han corrido el encierro.
En uno de los balcones, repletos de gente, se asoma una joven rubia despampanante. Uno de los mozos le grita:
__¡¡Rubia, coqueta, enséñanos las tetas!!
Un segundo después un coro de veinte o treinta mozos entonan a la vez.
__¡¡Rubia, coqueta, enséñanos las tetas!!
A continuación un estruendo de cientos de voces que abarrotan la calle, corean al unísono:
__¡¡Rubia, coqueta, enséñanos las tetas!!
El momento se hace eterno. Las pulsaciones revolucionadas. De pronto se abren las compuertas y una masa de gente vestida de blanco y rojo, echa a correr. La mayoría para llegar cuanto antes a la plaza de toros sin pagar la entrada. El resto, para situarse en el tramo de encierro escogido con antelación. Faltan menos de tres minutos para el comienzo. Calcula mentalmente el tiempo que tardarán los toros en llegar a Estafeta. Un minuto y cincuenta segundos. La mayoría de la gente que abarrotaban la calle ya están en la plaza cuando suena el cohete anunciando la apertura de la puerta de los corrales de Santo Domingo. Montones de falsos corredores comienzan la carrera mucho antes de que lleguen los primeros toros.
Comienza a dar saltos intentando mirar por encima de las cabezas de los demás. El corazón está a punto de estallar. Mira fugazmente el reloj. No faltarán más de seis o siete segundos. Está completamente empapado en sudor. Sudor helado. Último vistazo rápido al reloj. Un minuto y cuarenta segundos. Los gritos de los primeros corredores se hacen más y más evidentes. Resuenan por toda la calle
¡Ahí están!
Cuando faltan apenas treinta metros para que lleguen los primeros cabestros, emprende la carrera, procurando situarse en el centro de la calle. Después de varias zancadas ya entiende que ha igualado la velocidad de los toros cuando mira un instante hacia atrás mientras intenta mantener la velocidad constante. Entre la masa de corredores puede adivinar la cornamenta de uno de los toros de setecientos kilos que como una locomotora se va acercando peligrosamente moviendo la testuz arriba y abajo al ritmo de su carrera. Vuelve la cabeza de nuevo aumentando la velocidad considerablemente a la vez que va apartando a manotazos a los mozos que le estorban a su paso. No quiere volver la cabeza de nuevo pero adivina la distancia de los morlacos. Escucha el sonido de sus pezuñas chocando contra el adoquinado.
¡Están encima!
El terror le hace correr desesperadamente. Quiere volver la vista pero el pánico se lo impide. En un instante deja de ver las espaldas de los corredores que van delante. Todo se vuelve móvil y borroso. Sus ojos no consiguen enfocar nada en absoluto. Una sacudida, un golpe seco, es lo que le ha hecho rodar por el suelo cubriéndose la cabeza con los brazos y dejando una apertura por donde observa multitud de zapatillas deportivas pasando a toda velocidad a centímetros de su cara. Siente como el resto de los corredores le pisotean en su carrera mientras espera de un momento a otro el momento en que uno de los toros rezagados le pase por encima. Los segundos se paran en seco. Se hace el silencio absoluto. El cuerpo contraído e inmóvil. La respiración contenida. Por debajo del brazo ve pasar fugazmente las pezuñas de los últimos toros rezagados. A casi un metro de distancia pasa Temeroso ignorándole completamente mientras ruega que esos ojos blancos y grandes no se fijen en él. Justo a continuación ve a un mozo vestido con una camiseta verde.
¿Será uno de los pastores?
La vara que lleva en la mano le confirma que efectivamente es un pastor cerrando el paso de la manada. En ese preciso instante siente un manotazo en la espalda y escucha:
¡Levanta, ya han pasado!
Vuelve a entrar algo de aire en los pulmones. Siente que sus poros se abren alocadamente. Comienza a notar el frescor del sudor en su cara. Se levanta de inmediato pero sus piernas se empeñan en tambalearse. Se intenta examinar buscando alguna mancha en su vestimenta. Está bien, solo algunas rozaduras que no le producen ningún dolor. Los toros del Ventorrillo han tenido mucho esmero en esta ocasión. Andando a trompicones se dirige hacia una de las salidas del recorrido, intentando plasmar en su mente esos diez segundos que transcurrieron entre el momento de emprender la carrera hasta la palmadita en el suelo que le propinó algún corredor avezado. Su corazón sigue a un ritmo enloquecido. Ha sido un momento excepcional. La excitación era casi insoportable. Llevaba muchos años esperando este momento, veinticinco. Se va encaminando hacia el coche y se apresura a encender el teléfono. Mientras, se remoja con el agua del bidón. Sigue sudando inconteniblemente. Escucha el sonido de las llamadas perdidas y de los mensajes sms.
__SMS- DESPIERTA YA QUE SON LAS NUEVE…
Es Julio. Le llama desde Barajas y no se ha convencido de que lo de correr el encierro iba en serio.
__SMS- ¿ESTÁS BIEN? NO TE HE VISTO EN LA TELE…
Es Jesús, le dije que iba a correr el día 10 y fue el primero en llamar.
Arranca el coche, ajusta el navegador y en pocos minutos enfila la autopista con dirección a Madrid mientras sigue sonando el teléfono.
Apenas lo escucha.
Lo ignora mientras sigue obsesionado con imprimir en su mente una y mil veces el delirio rojo, blanco y negro.
Vuelve andando, despacio, después de haberse despedido de sus tres amigos de siempre. Larga despedida entre risas y copas. Tan larga como el tiempo que no coincidía con uno de ellos. Veintitrés años nada menos.
Abre la puerta trasera del vehículo y se tumba sobre las colchonetas dispuestas a lo largo. Hace calor y deja el portón medio abierto.
__SMS- ¿Cuál es el mejor tramo para correr?
__SMS- ¿Pero tú donde estas?
__SMS- ¡Que pregunta más lerda!
__SMS- En Imarcoaín, a diez kilómetros de Pamplona.
__SMS- ¿Estás en Pamplona, cabronazo?
__SMS- Ya lo ves.
__SMS- Vale, nos vemos en la plaza Blanca de Navarra en media hora.
Cuando se encontró con sus amigos después de tanto tiempo no pudo evitar la emoción. Esa sonrisa de siempre mezclada con la cara de sorpresa se le quedará marcada para mucho tiempo. Ese abrazo de bienvenida era verdaderamente largo y sincero pues ninguno aflojaba como queriendo suplir tanto tiempo de ausencia.
Se va acurrucando en el saco mientras coloca los cojines que le sirven de almohada. Casi completamente a oscuras se quita el reloj y ajusta la alarma poniendo mucho cuidado en no equivocarse.
El sofoco del reencuentro va desapareciendo mientras dan cuenta de sendas jarras de cerveza fresca.
__ ¡Por nosotros… ¡
__ ¡Por nosotros!
No dejan de mirarse intentando adivinar quien será el primero en recordar las consabidas batallitas de la mili. O quizás se observan comparando sus respectivas tripitas cerveceras. Juana no ha cambiado en absoluto. Delgada y estilizada, como siempre. Julio, su marido, algo más grueso, aunque insiste en que no pasa de los ochenta kilos. Joaquín, también algo mas rollizo pero con la misma sonrisa de bonachón que le caracterizó siempre.
Intenta coger el sueño recordando el sabor de las trufas que hacía Juana hace más de veinte años cuando ellos estaban juntos, en Valladolid, cumpliendo con el servicio militar. Ese aroma es una de esas cosas que se llevan consigo durante toda la vida.
Sigue sudando sin poder conciliar el sueño. No deja de pensar en cómo se desarrollará la carrera.
Alguien con más de una copa pasa dando trompicones y cantando algo irreconocible cerca del coche. Espera que pase de largo cuanto antes.
Deciden ir a cenar algo rápido pues no quieren que se les alargue la noche. Mañana será un día emocionante.
__ ¿Quieres un bocadillo de ajoarriero?
__ ¿Ajoarriero en bocadillo? Vale.
Siempre le ha encantado el ajoarriero, ya sea en cazuela de barro, perolo, taperware o en bocadillo.
Los pies pegados, como siempre, al suelo pegajoso de aquel bar.
El sueño de los mejores tiempos pasados lo rompe poco a poco el sonido peculiar del despertador del teléfono móvil.
5H. 30mn. Las legañas funden los párpados con fuerza y solo se desprenden cuando se incorpora en su improvisado lecho. El fogonazo de la farola encendida es lo primero que ve al frotarse los ojos con sus dedos sudorosos. A trancas y barrancas se va vistiendo, medio encorvado, dentro de su habitáculo.
__El nudo de la faja es a izquierdas o a derechas?
Se anuda el pañuelico rojo recordando la ancestral simbología de la sangre derramada en el degollamiento de San Fermín en Ambers en el siglo XVIII.
__No es momento de pensar en sangre, precisamente.
Intenta no llevar nada más que lo imprescindible. Solo las llaves del coche y el carnet de identidad.
El amanecer, fresco.
El paso, rápido.
El ánimo dispuesto.
La ilusión encendida.
Van pasando las farolas de dos en dos mientras se dirige al tramo que anoche estudió con tanto cuidado asesorado por sus compañeros de siempre.
Cafetería Belagua. A medio camino entre Estafeta y Telefónica. Ese es el lugar idóneo. Mira y remira el suelo de adoquines. Pasa el pie una y otra vez examinando el grado de adherencia. El pavimento está ligeramente húmedo todavía pero faltan casi dos horas y media para que comience el encierro.
__Para entonces estará seco?
Al cabo de un buen rato deambulando por el recorrido observa a otros mozos que emplean estos últimos momentos en realizar estiramientos, flexiones, etc. cada uno con la mirada extraviada no se sabe donde.
La policía municipal y la ertzaintza van acotando las zonas del recorrido.
Uno de los mozos lleva una camiseta blanca con la foto de sus hijos en blanco y negro impresa por delante y por detrás.
Hay quien se santigua dos veces discretamente mirando al suelo.
Una pareja de americanos se dan masajes apoyados en la fachada de Estafeta.
Alguien que no va a correr el encierro, y con la camiseta completamente teñida de calimocho se aproxima medio tambaleándose levantando la mano en forma de saludo. No le rehuye el gesto y chocan sus manos como si se conocieran de toda la vida.
Los encargados de montar el vallado terminan de realizar su trabajo rodeando físicamente a los espectadores que se han hecho fuertes a lo largo del recorrido.
Un mozo, entrado en años, se ata los cordones de las zapatillas con una liturgia especial y prácticamente sin flexionar las rodillas. Otro, va enrollando parsimoniosamente un ejemplar del Diario de Navarra.
Son muchos los que siguen frotando el suelo con cierta desconfianza.
Parece que se va secando, poco a poco.
Faltan escasamente diez minutos para detonar el cohete que anuncia la apertura de los corrales.
Los corredores se entremezclan con la gente que solo aspira a simular que han corrido el encierro.
En uno de los balcones, repletos de gente, se asoma una joven rubia despampanante. Uno de los mozos le grita:
__¡¡Rubia, coqueta, enséñanos las tetas!!
Un segundo después un coro de veinte o treinta mozos entonan a la vez.
__¡¡Rubia, coqueta, enséñanos las tetas!!
A continuación un estruendo de cientos de voces que abarrotan la calle, corean al unísono:
__¡¡Rubia, coqueta, enséñanos las tetas!!
El momento se hace eterno. Las pulsaciones revolucionadas. De pronto se abren las compuertas y una masa de gente vestida de blanco y rojo, echa a correr. La mayoría para llegar cuanto antes a la plaza de toros sin pagar la entrada. El resto, para situarse en el tramo de encierro escogido con antelación. Faltan menos de tres minutos para el comienzo. Calcula mentalmente el tiempo que tardarán los toros en llegar a Estafeta. Un minuto y cincuenta segundos. La mayoría de la gente que abarrotaban la calle ya están en la plaza cuando suena el cohete anunciando la apertura de la puerta de los corrales de Santo Domingo. Montones de falsos corredores comienzan la carrera mucho antes de que lleguen los primeros toros.
Comienza a dar saltos intentando mirar por encima de las cabezas de los demás. El corazón está a punto de estallar. Mira fugazmente el reloj. No faltarán más de seis o siete segundos. Está completamente empapado en sudor. Sudor helado. Último vistazo rápido al reloj. Un minuto y cuarenta segundos. Los gritos de los primeros corredores se hacen más y más evidentes. Resuenan por toda la calle
¡Ahí están!
Cuando faltan apenas treinta metros para que lleguen los primeros cabestros, emprende la carrera, procurando situarse en el centro de la calle. Después de varias zancadas ya entiende que ha igualado la velocidad de los toros cuando mira un instante hacia atrás mientras intenta mantener la velocidad constante. Entre la masa de corredores puede adivinar la cornamenta de uno de los toros de setecientos kilos que como una locomotora se va acercando peligrosamente moviendo la testuz arriba y abajo al ritmo de su carrera. Vuelve la cabeza de nuevo aumentando la velocidad considerablemente a la vez que va apartando a manotazos a los mozos que le estorban a su paso. No quiere volver la cabeza de nuevo pero adivina la distancia de los morlacos. Escucha el sonido de sus pezuñas chocando contra el adoquinado.
¡Están encima!
El terror le hace correr desesperadamente. Quiere volver la vista pero el pánico se lo impide. En un instante deja de ver las espaldas de los corredores que van delante. Todo se vuelve móvil y borroso. Sus ojos no consiguen enfocar nada en absoluto. Una sacudida, un golpe seco, es lo que le ha hecho rodar por el suelo cubriéndose la cabeza con los brazos y dejando una apertura por donde observa multitud de zapatillas deportivas pasando a toda velocidad a centímetros de su cara. Siente como el resto de los corredores le pisotean en su carrera mientras espera de un momento a otro el momento en que uno de los toros rezagados le pase por encima. Los segundos se paran en seco. Se hace el silencio absoluto. El cuerpo contraído e inmóvil. La respiración contenida. Por debajo del brazo ve pasar fugazmente las pezuñas de los últimos toros rezagados. A casi un metro de distancia pasa Temeroso ignorándole completamente mientras ruega que esos ojos blancos y grandes no se fijen en él. Justo a continuación ve a un mozo vestido con una camiseta verde.
¿Será uno de los pastores?
La vara que lleva en la mano le confirma que efectivamente es un pastor cerrando el paso de la manada. En ese preciso instante siente un manotazo en la espalda y escucha:
¡Levanta, ya han pasado!
Vuelve a entrar algo de aire en los pulmones. Siente que sus poros se abren alocadamente. Comienza a notar el frescor del sudor en su cara. Se levanta de inmediato pero sus piernas se empeñan en tambalearse. Se intenta examinar buscando alguna mancha en su vestimenta. Está bien, solo algunas rozaduras que no le producen ningún dolor. Los toros del Ventorrillo han tenido mucho esmero en esta ocasión. Andando a trompicones se dirige hacia una de las salidas del recorrido, intentando plasmar en su mente esos diez segundos que transcurrieron entre el momento de emprender la carrera hasta la palmadita en el suelo que le propinó algún corredor avezado. Su corazón sigue a un ritmo enloquecido. Ha sido un momento excepcional. La excitación era casi insoportable. Llevaba muchos años esperando este momento, veinticinco. Se va encaminando hacia el coche y se apresura a encender el teléfono. Mientras, se remoja con el agua del bidón. Sigue sudando inconteniblemente. Escucha el sonido de las llamadas perdidas y de los mensajes sms.
__SMS- DESPIERTA YA QUE SON LAS NUEVE…
Es Julio. Le llama desde Barajas y no se ha convencido de que lo de correr el encierro iba en serio.
__SMS- ¿ESTÁS BIEN? NO TE HE VISTO EN LA TELE…
Es Jesús, le dije que iba a correr el día 10 y fue el primero en llamar.
Arranca el coche, ajusta el navegador y en pocos minutos enfila la autopista con dirección a Madrid mientras sigue sonando el teléfono.
Apenas lo escucha.
Lo ignora mientras sigue obsesionado con imprimir en su mente una y mil veces el delirio rojo, blanco y negro.
Quizás sea la primera y última vez que disfrutará de esta experiencia.
Albedo
Pamplona, 10-07-2008
11 de agosto de 2008
ÁNGELES CUSTODIOS

En la noche, solo el tímido silbido del aire mareando las hojas de los árboles.
En los vasos, solo algunos resquicios de hielo derretido mezclado con restos de licor.
En las mentes, solo la resistencia a la profanación de aquel lugar que durante tantos años fue su íntima morada.
Tantas veces frecuentándolo en las más variadas situaciones les dieron a los dos, motivos suficientes para erguirse como Ángeles Custodios del paraíso que supuso durante tantos años aquel lugar tan especial. Su atracción mágica no había disminuido desde hacía más de treinta años. Es más, a medida que transcurría el tiempo para ellos, era más intensa la atracción que les producía. Nunca entendieron por qué. Ni el interés paisajístico, ni el sentido histórico ni el valor arqueológico, eran suficiente para entender la seducción que les provocaba ese lugar. Iba mucho más allá de lo que el razonamiento les dictaba. Al ascender con aquella parsimonia histórica por las faldas de la fortaleza, no iban pensando sino en que nada ni nadie profanara el templo donde se cultivaron personalmente durante tantos años. El único sonido de un vehículo acercándose a su territorio les producía una sensación de alerta contra lo que nadie llegaría a entender jamás. El escuchar voces estridentes dentro de la fortaleza les provocaba una inmensa consternación. Solo el observar a la gente deambulando vulgarmente por sus inmediaciones, interfiriendo en el sonido del viento, les ocasionaba un desaliento contenido. Nunca soportaron que algo pudiera romper el hechizo que suponía internarse en aquel recinto encantado.
Esta noche media Luna encendida resplandece entre las almenas jugando al escondite entre nubes deshilachadas. El sonido del vacío es interrumpido por suaves ráfagas del viento del norte. Descalzo, asciende paso a paso por la rampa de acceso a la fortaleza a la vez que se va despojando parsimoniosamente de su atuendo. Sus pies erosionados por las abrasivas piedras le transportan por fin, a La Puerta de Los Califas.
El frío intenso.
La piel erizada.
Su mente y su cuerpo completamente desnudos.
Los brazos extendidos.
Las piernas abiertas.
La mirada fija.
Sus ojos ampliamente abiertos e irritados.
El tiempo completamente parado.
Su cuerpo descubierto resplandece levemente bajo la luz de la Luna.
Ahora nada interfiere en la fusión con el místico paraje.
Enteramente sometido a la fuerza que ejerce El Templo, permanece inmóvil, impasible, redimiéndose de la vulgar realidad. Alzando lentamente la mirada a la vez que una estrella fugaz ilumina como un flash el cielo transparente, dejando un rastro de luz blanquecina que tarda unos segundos en desaparecer por completo. Es la señal de ratificación que el más allá, otorga a los Ángeles Custodios.
Después de media hora y con los miembros ateridos y entumecidos vuelve a desandar el camino, de espaldas a la Luna y recuperando pausadamente sus ropas extendidas a lo largo de la fortaleza. Desciende la rampa a la vez que va recobrando el sentido del mundo real.
Termina el éxtasis. Nada importa en este momento. Ese territorio fue, es y será suyo mucho más allá de su existencia temporal. Nadie, absolutamente, tendrá derecho a invadir un territorio que fue suyo, íntimamente, desde siempre. Cualquier ser vulgar debería rendir pleitesía ante aquellos guardianes de los sueños y de lo infinito. Y si no es así, en un futuro, cuando ellos hayan sucumbido a la vida material será el vuelo de los buitres… o el eco del viento enredando entre las almenas… o el aroma del tomillo y la manzanilla... será la sombra de las tenebrosas nubes del estío… o será la misma historia de aquel lugar… o quizás el armonioso pulular de las ánimas que desde siempre han levitado por aquel castillo, quienes harán cumplir la pleitesía a aquel Templo Eterno.
Pero ellos, desde cualquier lugar, y para siempre, seguirán vigilando, ojo avizor, todo aquello que llegue a corromper el equilibrio de La Eternidad.
Albedo
Quintanas de Gormaz
8 de agosto de 2008
10 de mayo de 2008
Como has podido hacernos esto.
Todos tus viajes increíbles nos daban envidia pero nos resignábamos a quedarnos en tierra. Pero en este último me cuesta más que nunca no acompañarte. Donde estés quiero estar contigo, compañero. Si siempre fuimos dichosos a tu lado, por que no seguir contigo aya donde te encuentres. Cuando tus cenizas sean esparcidas por los paisajes que adorabas, yo quiero estar contigo. Nos has dejado realmente, pero virtualmente no lo consentiremos, seguirás con nosotros. Nos ofreciste una amistad real y divertida hasta en los momentos mas duros de tu vida y ahora de golpe y porrazo nos lo arrebatas.
Como has podido hacernos esto.
Nos dejas huérfanos de tu cariño en el peor momento, cuando más te necesitábamos.
En que estarías pensando cuando dejaste de luchar. Si en otras ocasiones lo conseguiste, por que no ahora?
Nos ofendes con tu desaparición, después de haber estado acostumbrados a ti durante tanto tiempo.
Como has podido hacernos esto.
En el momento justo en el que se dormía tu corazón sentí que un trueno rasgaba el cielo oscuro y un diluvio de saltantes me atenazaba la garganta.
Nadie volverá a preguntarte nunca ¿que son saltantes? La respuesta solo tu la sabías.
Cometiste el error de ser entrañable y no te puedes imaginar el daño que nos has hecho.
No quiero volver a conocer a alguien como tú para que al final se vaya y me haga sufrir de nuevo.
Como has podido hacernos esto.
Dime que solo eres un cabronazo, que nos estas tomando el pelo otra vez. Dímelo, Dolfo, porque este último viaje también, para mí, es increíble.
Y si no es así, confío en que aya donde estés, tengas buena cobertura para poder escuchar a toda la gente que te tiene que seguir hablando de tantas cosas, compañero del alma, compañero.
Todos tus viajes increíbles nos daban envidia pero nos resignábamos a quedarnos en tierra. Pero en este último me cuesta más que nunca no acompañarte. Donde estés quiero estar contigo, compañero. Si siempre fuimos dichosos a tu lado, por que no seguir contigo aya donde te encuentres. Cuando tus cenizas sean esparcidas por los paisajes que adorabas, yo quiero estar contigo. Nos has dejado realmente, pero virtualmente no lo consentiremos, seguirás con nosotros. Nos ofreciste una amistad real y divertida hasta en los momentos mas duros de tu vida y ahora de golpe y porrazo nos lo arrebatas.
Como has podido hacernos esto.
Nos dejas huérfanos de tu cariño en el peor momento, cuando más te necesitábamos.
En que estarías pensando cuando dejaste de luchar. Si en otras ocasiones lo conseguiste, por que no ahora?
Nos ofendes con tu desaparición, después de haber estado acostumbrados a ti durante tanto tiempo.
Como has podido hacernos esto.
En el momento justo en el que se dormía tu corazón sentí que un trueno rasgaba el cielo oscuro y un diluvio de saltantes me atenazaba la garganta.
Nadie volverá a preguntarte nunca ¿que son saltantes? La respuesta solo tu la sabías.
Cometiste el error de ser entrañable y no te puedes imaginar el daño que nos has hecho.
No quiero volver a conocer a alguien como tú para que al final se vaya y me haga sufrir de nuevo.
Como has podido hacernos esto.
Dime que solo eres un cabronazo, que nos estas tomando el pelo otra vez. Dímelo, Dolfo, porque este último viaje también, para mí, es increíble.
Y si no es así, confío en que aya donde estés, tengas buena cobertura para poder escuchar a toda la gente que te tiene que seguir hablando de tantas cosas, compañero del alma, compañero.
"Albedo"
Madrid, junio de 2008
11 de agosto de 2007
Poco a poco

Hace años, como 20 o 25, que mantenía una ilusión que por diversos motivos no se cumplía. Aquella casa estaba ligada a un pueblo, a su vez estrechamente ligado a innumerables sensaciones intensas. Su padre hace 35 años que construyó aquella casa. En el espacio de terreno que quedó su madre plantó un piñón hace ya 35 años y Él conoció a una mujer muy especial hace 35 años.
Su padre envejeció poco a poco hasta morir recordando aquella casa en el pueblo.
Su madre envejeció poco a poco regando aquel pequeño árbol y Él maduró poco a poco sin darse cuenta de que aquella mujer especial también fue madurando muy cerca de aquel árbol y de aquella casa. Todos aquellos años cada vez que sus padres iban al pueblo cuidaban de aquella morada con un mimo especial, como si aquellas habitaciones cerradas tuvieran una vida propia. Todos ellos habían pasado los mejores momentos de su vida en aquella casa, en aquel jardín. Él conoció a sus mejores amigos durante aquellos años. Los mejores momentos de su vida los descubrió junto a ellos.
Ha pasado mucho tiempo y hoy día, aquellos amigos, apenas se ven una vez al año durante las fiestas del pueblo. Hace tiempo que se reúnen en estas fechas para cenar juntos y añorar una juventud que poco a poco va desapareciendo. Este año, a diferencia de los anteriores, Él mantenía una especial ilusión por la cena del clan. Esta noche, por cuestiones de trabajo, faltaría a la cena una de las personas más queridas. Solo estarían Él, su Hada, y su Mujer Especial, de forma que optaron por cenar en aquella casa cargada de tantos recuerdos. Mientras Él se encargaba de organizar la velada con una mezcla de ilusión y tristeza por no estar los cuatro juntos, ellas intentaban penetrar en la casa con el máximo sigilo para que nadie les viera. Después de tantos años seguía estando mal visto cenar juntas personas casadas sin sus parejas correspondientes. En el fondo terminaba siendo divertida la estrategia que se montaba para acabar en un coche los cuatro juntos o asaltar la verja del jardín sin que nadie les viera.
En la mesa, este año les acompañaba la foto del amigo ausente. Es todo lo que podían hacer para suplir su ausencia. Como en ocasiones anteriores, comenzaron la cena celebrando el éxito de la Operación Asalto a la Reja entre risas y copas. Ya mediada la cena era inevitable recordar los escarceos amorosos de los tiempos pasados. Las Chicas, como ellos les llamaban, siempre dolidas con la actitud de los chicos, todos los años les recriminaban, amistosamente, lo mal que lo pasaban cuando ellos les daban de lado algunas noches en las fiestas de algún pueblo. Ellos, con cierto rubor, reconocían que no se comportaron bien con ellas durante aquellos años. El ambiente parecía encantador mientras cenaban a la luz de las velas. Como siempre, entre nostálgico y divertido. Él estaba feliz rodeado de su Mujer Especial y su Hada Buena cuando comenzó a percibir que el halo resplandeciente de su Hada empezaba a oscurecerse poco a poco. Él nunca antes había visto esto. Hacía muchos años que el halo luminoso rodeaba al Hada allá por donde fuera. No encontraba ninguna explicación. El vino de aquella tierra iba afectando a los comensales pero no era motivo suficiente. Tenía que haber algo más. Los recuerdos comenzaron a volverse áridos. Los comentarios se cubrieron de una acritud incomprensible, poco a poco, hasta el punto de provocar las respuestas más violentas . El áurea se apagaba poco a poco ante el silencio más amargo. El Hada comenzó a formular preguntas que le ruborizaban a Ella y le avergonzaban a Él. Las afirmaciones rotundamente amargas y las preguntas incisivas se apropiaron de la velada mientras Él y Ella se miraban con los ojos perdidos en la incomprensión total.
¿Que estaba pasando?
¿Por qué se transformaba aquel momento, tan esperado durante todo el año, en un infierno?
¿Que brebaje venenoso tomaron durante aquella cena de íntimos amigos?
¿Donde quedó aquel cariño incondicional que permitió durante tantos años el aceptar y asumir los errores de todo el clan sin darles más importancia que la que tenía?
Poco a poco, la desilusión se apoderó de Él perdiendo la capacidad de articular palabra alguna. A los postres, apagó alguna luz del comedor intentando visualizar algún resto del áurea de su Hada. Pero no obtuvo resultado. Después de unas frías despedidas se fue quedando solo, poco a poco, con la única compañía de ese nudo en la garganta mientras cada comensal se iba retirando a descansar.
Sentado en el escalón que da acceso al patio, consumió el último cigarrillo de la noche mirando con ojos vidriosos la copa de aquel hermoso árbol que durante tantos años creció a su lado mientras seguía buscando una respuesta desesperadamente.
Sentado en el escalón que da acceso al patio, consumió el último cigarrillo de la noche mirando con ojos vidriosos la copa de aquel hermoso árbol que durante tantos años creció a su lado mientras seguía buscando una respuesta desesperadamente.
¿Se habría quedado sin pilas el Hada Buena?
"Albedo"
Quintanas de Gormaz
8 de agosto de 2007
9 de junio de 2007
Bién De Juana, bién

Por fín nuestro amigo De Juana Chaos ha entrado en la carcel y ha entrado en razón. Dos entradas que a muchos nos llena de un gozo especial. Ha entrado en la cárcel de donde nunca debió salir y ha entrado en razón al entender que el verdadero castigo para sus asesinatos, lejos de cumplir varios años de carcel, es el autoejecutarse dejando de alimentarse. Bien, De Juana. Gracias por ahorrarle a las autoridades penitenciarias otro trago más. Tu mismo, De Juana has decidido juzgarte merecedor de la muerte y adjudicarte la misión del verdugo. Bien, De Juana, bien. En la carcel de Martutene tendremos menos ocasiones de que los medios de comunicación nos ofrezcan imagenes de tu lento deterioro. Gracias De juana por intentar sentar un precedente con esta decisión, ahora que ni siquiera a Rubalcava le importa un carajo tu asquerosa vida. Gracias te digo por ayudar a que otras alimañas de Eta sigan tus mismos pasos. No puedo imajinar que el fin de Eta vaya a ser por inanición en vez de negociación. Oye, De Juana y tu crees que esta aptitud será contagiosa? Dame una alegría y dime que vas a cumplir tu palabra y no vas a probar ni un bocadito de sanwich de jamon york
17 de marzo de 2007
¡Chao, de Juana!

1987 fue sin duda un año horribilis para josé ignacio de juana chaos. Fue el año en que las fuerzas de seguridad le dieron caza (nunca mejor dicho) junto a varios “compañeros de trabajo”.
¡Con los buenos resultados que había obtenido en 1986…! En aquel año solo pudo asesinar a veinticinco ciudadanos de este país. Y mira que lo intentó, pero no pudo asesinar a nadie más, ni siquiera al fiscal Burón Barba, ni al presidente del Supremo Antonio Hernández Gil, ni de los setenta heridos de la plaza de República Dominicana.
En fin, no todo sale como uno piensa, pero de todas formas no estuvo mal, veinticinco cadáveres destrozados en menos de doce meses. Demasiado trabajo y responsabilidad al hacerse cargo de la dirección del comando Madrid a principios de 1986. Pero ya tuvo que parar de asesinar.
Los jueces torturadores de este país le condenaron a cerca de tres mil años de cárcel de los que cumplió menos de veinte, es decir, apenas un año de cárcel por muerto. Y todo fue legal. Se le redimió pena por estudiar, por escribir, por trabajar… siempre siguiendo rigurosamente un código penal establecido hace años y que ningún partido político tuvo arrestos de modificar. Tan ineptos somos los votantes de este país, por mucho que digan algunos, como los políticos responsables de gestar las leyes que determinan el tiempo en prisión de una alimaña como josé ignacio de juana chaos.
El 2006 vuelve a ser un año horribilis para este individuo. Cuando ya se veía en la calle después de cumplir su condena por los veinticinco asesinatos, decide que no quiere cumplir tres años más por amenazas terroristas y que se declara en huelga de hambre hasta que lo excarcelen.
¿Y la gente que piensa de todo esto?
¿Qué al pobre hombre le deberían mandar a su casa?
¿Qué lo peor que puede pasar es que se nos muera en los brazos?
¿Qué al fin y al cabo ya casi había cumplido sus penas?
Pués no, creo que no es esto lo que piensan la mayoría de los ciudadanos de este país. Otra cosa es que lo digan. Creo que la gente de este país está rabiosamente enfrentada a esta resolución de nuestros gobernantes mientras la alimaña recobra el conocimiento cada vez que se revuelca con su novia en la ducha de su habitación.
¿Pero no estaba tan grave?
Para esto si tiene fuerzas este mal nacido, y también para salir andando de la ambulancia que le trasladó a su querida tierra euskalduna. ¡Que vergüenza!, primero intentan matarnos y luego a los que quedamos nos engañan miserablemente. Y si a alguien se le ocurre hablar de pena de muerte o cadena perpetua enseguida le tachan de inhumano, inmoral y retrógrado. Pues bien, querido josé ignacio, yo te digo que aborrezco la pena de muerte para ti, porque esto acabaría con la posibilidad de que sufrieras todo lo que tu podrido ser fuera capaz de sufrir.
Hoy yo te digo: ¡Chao! de juana, púdrete en el infierno de tu asqueroso futuro contando una y otra vez el número de huérfanos que provocaste.
¡Chao! de juana, sigue viviendo con el miedo a que algún familiar de tus víctimas se tome la justicia por su mano y acabe con tu asquerosa vida.
¡Chao! de juana, me despido confiando ciegamente en que los revolcones con tu novia nunca lleguen a engendrar otro ser tan despreciable y repugnante como tú, de juana.
Albedo
Madrid, 17 de marzo de 2007
¡Con los buenos resultados que había obtenido en 1986…! En aquel año solo pudo asesinar a veinticinco ciudadanos de este país. Y mira que lo intentó, pero no pudo asesinar a nadie más, ni siquiera al fiscal Burón Barba, ni al presidente del Supremo Antonio Hernández Gil, ni de los setenta heridos de la plaza de República Dominicana.
En fin, no todo sale como uno piensa, pero de todas formas no estuvo mal, veinticinco cadáveres destrozados en menos de doce meses. Demasiado trabajo y responsabilidad al hacerse cargo de la dirección del comando Madrid a principios de 1986. Pero ya tuvo que parar de asesinar.
Los jueces torturadores de este país le condenaron a cerca de tres mil años de cárcel de los que cumplió menos de veinte, es decir, apenas un año de cárcel por muerto. Y todo fue legal. Se le redimió pena por estudiar, por escribir, por trabajar… siempre siguiendo rigurosamente un código penal establecido hace años y que ningún partido político tuvo arrestos de modificar. Tan ineptos somos los votantes de este país, por mucho que digan algunos, como los políticos responsables de gestar las leyes que determinan el tiempo en prisión de una alimaña como josé ignacio de juana chaos.
El 2006 vuelve a ser un año horribilis para este individuo. Cuando ya se veía en la calle después de cumplir su condena por los veinticinco asesinatos, decide que no quiere cumplir tres años más por amenazas terroristas y que se declara en huelga de hambre hasta que lo excarcelen.
¿Y la gente que piensa de todo esto?
¿Qué al pobre hombre le deberían mandar a su casa?
¿Qué lo peor que puede pasar es que se nos muera en los brazos?
¿Qué al fin y al cabo ya casi había cumplido sus penas?
Pués no, creo que no es esto lo que piensan la mayoría de los ciudadanos de este país. Otra cosa es que lo digan. Creo que la gente de este país está rabiosamente enfrentada a esta resolución de nuestros gobernantes mientras la alimaña recobra el conocimiento cada vez que se revuelca con su novia en la ducha de su habitación.
¿Pero no estaba tan grave?
Para esto si tiene fuerzas este mal nacido, y también para salir andando de la ambulancia que le trasladó a su querida tierra euskalduna. ¡Que vergüenza!, primero intentan matarnos y luego a los que quedamos nos engañan miserablemente. Y si a alguien se le ocurre hablar de pena de muerte o cadena perpetua enseguida le tachan de inhumano, inmoral y retrógrado. Pues bien, querido josé ignacio, yo te digo que aborrezco la pena de muerte para ti, porque esto acabaría con la posibilidad de que sufrieras todo lo que tu podrido ser fuera capaz de sufrir.
Hoy yo te digo: ¡Chao! de juana, púdrete en el infierno de tu asqueroso futuro contando una y otra vez el número de huérfanos que provocaste.
¡Chao! de juana, sigue viviendo con el miedo a que algún familiar de tus víctimas se tome la justicia por su mano y acabe con tu asquerosa vida.
¡Chao! de juana, me despido confiando ciegamente en que los revolcones con tu novia nunca lleguen a engendrar otro ser tan despreciable y repugnante como tú, de juana.
Albedo
Madrid, 17 de marzo de 2007
1 de febrero de 2007

El Vuelo de la Vieja Gaviota
El viento de levante hace flotar a la vieja gaviota, inmóvil, en el aire, mirando fijamente como nace, despacio, el reluciente sol detrás de un horizonte ardiente. Las costas de una lejana tierra desconocida. Demasiados días, demasiadas noches sin descanso alguno.
A miles de millas unos poyuelos juguetean ociosos, ajenos a cualquier realidad que no sea experimentar con las rachas de aire templado y húmedo que les hace elevarse y bajar repetidamente a lo largo de todo el día. Protegidos por la cercanía de la tierra firme crecen felices, ajenos al porvenir incierto. En esa isla perdida en medio de cualquier parte del océano viven al margen de la dureza de la madurez.
__ ¡Mira Mani, que bien vuelo!
__ ¡Si pero yo llego mucho más alto que tu, Yuli!
__ ¡Ya, pero tú eres mayor!
El largo viaje pesa sobre sus alas cansadas hasta la extenuación. Días infinitos sin atisbar ni un palmo de tierra donde reposar. Siempre por encima de un mar eterno infinito y oscuro, y profundo, que se extendió bajo ella durante jornadas eternas. Su experiencia en el vuelo no fue suficiente para superar aquel destino después de tantos años.
Nunca quiso involucrarlos en su aventura. Quiso cruzar miles de millas en la más absoluta soledad mientras ellos, disfrutaban del inicio de su madurez aislados por los contornos de aquella isla descubierta por su viejo progenitor.
Muchas horas de sufrimiento cuando el viento racheado conseguía minar el más firme propósito de encontrar aquello que asegurara el futuro de sus pequeños. Con las alas destrozadas por efecto del sol ardiente y entumecida por el frío aterrador de la noche infinita, día tras día se esforzó en mover sus tullidas alas sin pensar en otra cosa que el objetivo marcado; escapar de este mundo para descubrir un mundo natural donde los vientos rolaran siempre en el mismo sentido. No podía navegar más contra corriente.
Exhausta y medio destrozada había encontrado el descanso añorado. Sus desmembradas alas volaron demasiado. El frío aterrador y la humedad extrema debilitaron tanto sus alas que en un último esfuerzo logró remontar una considerable altura, por encima de las nubes, con el vano objetivo de vislumbrar por última vez a sus pequeños poyuelos. Pero estaban demasiado lejos para verlos. Abandonando la idea solo le restaba el dejarse caer planeando, ya sin fuerzas, y así llegar al acantilado donde abandonada a su suerte se dejó desplomar cayendo en barrena desde lo más alto del cielo hasta las crispadas y ásperas rocas de aquel acantilado. Sus potentes alas no aguantaron más. Resquebrajadas se estrellaron contra el arrecife que había buscado con tanto empeño. Sus agudos graznidos fueron señal evidente de que el viaje había concluido. Sus ojos pugnaban por seguir manteniendo aquella mirada profunda que durante toda la vida le había caracterizado. Durante eternos minutos sus graznidos desesperados fueron eclipsados por el estruendo de aquellas olas espumosas. Durante horas los ecos de aquellos sonidos se transmitieron a lo largo del mar hasta llegar al infinito. Todas las criaturas marinas se estremecieron con aquellos gritos anunciando muerte.
En aquella isla remota, mientras Yuli revoloteaba una y otra vez, Mani tuvo una percepción lejana. Escuchó algo así como un conocido y débil graznido. No estaba seguro de aquello pero sus sensaciones no fueron buenas. Se quedó petrificado en su roca favorita mirando profundamente el punto por donde salía el sol y un escalofrío le estremeció todo su cuerpo. Supo enseguida lo que pasaba. Una tristeza sin límites le dominó completamente, y volando rápido hasta donde jugaba Yuli le increpó...
__ ¡Yuli, baja ya, por favor!
__ ¡Mani, lo he conseguido, vuelo tan alto como papá...!
__ ¡Baja ahora mismo, te digo!
__ Y si no quiero, ¿se lo dirás a papá?
__ ¡Yuli, no volveremos nunca a ver a nuestro padre!
__ ¡Que cosas dices, le enseñaré como vuelo cuando vuelva!
__Yuli, papá no volverá nunca más a nuestra isla.
__ ¿Y no le veremos más?
__No, si no vamos a buscarle. Prepárate. Si queremos verle debemos emprender un largo viaje.
__ No importa soy la mejor gaviota de la isla. ¡Aguantaré!
Durante mucho tiempo se apreció en los cielos el vuelo de dos gaviotas que sin separarse apenas unos metros volaron hasta el confín de los cielos. Dejaron atrás temibles tormentas pero volaban por encima de ellas. Superaron nubes oscuras y tenebrosas, pero volaban sobre ellas. Navegaron siempre contra el viento, pero eso lo tenían superado. Habían tenido buena escuela. Solo guiados por aquellos leves aullidos lograron llegar a aquel acantilado justo momentos después de ocultarse el sol bajo el horizonte. A la vieja gaviota solo le dio tiempo a adivinar la sombra de sus poyuelos descendiendo en picado hasta ella. Eso fue todo. A continuación fue cerrando muy despacio sus pequeños pero profundos ojos hasta morir con la tranquilidad de saber que su Yuli y su Mani habían dominado las artes del vuelo, y eso les garantizaría la seguridad durante toda su vida.
Cuando Yuli se acercó a su padre, comenzó a picotearle debajo de sus alas esperando que le hablara de una vez como había hecho desde que nació. Mientras tanto Mani, algo más maduro que Yuli, permanecía inmóvil eludiendo la mirada de su hermana. Él conocía bien la situación. La vieja gaviota le había instruido a fondo durante su corta vida.
Yuli lanzó una mirada aterradora a su hermano mayor mientras éste seguía evitando sus miradas.
__Tenemos que emprender la vuelta a casa, Yuli.
__ ¿Y papa?
__Papá no volverá a volar…
Las dos jóvenes gaviotas emprendieron el vuelo de regreso a su pequeña isla perdida en el océano.
Un diluvio de lágrimas les acompañó durante todo el viaje mientras las criaturas marinas se preguntaban que es lo que había sucedido para que durante tanto tiempo no dejara de llover sobre aquel tenebroso y oscuro mar. La respuesta la encontraron en dos gaviotas que volaban tan alto que apenas se divisaban.
Siempre, por encima de los cielos.
“Albedo”
Madrid, 2 de enero de 2007
28 de enero de 2007

Embrujo
Paseaban sus 16 jóvenes años por los caminos,
entre fuentes agonizantes y majadas repletas de piñas y hojarasca.
Lo hacían todos los veranos al encontrarse en aquel pequeño pueblo.
Cada tarde de aquellos meses de verano emprendían un largo camino que les iba mostrando las más emocionantes experiencias que podían existir para ellos.
Los altivos pinos se iban desangrando lentamente a su paso, impregnando el aire con la fragancia de la resina fresca.
Aquella tarde el sol ardiente y seco curtía sus rostros.
Oían el canto de las chicharras perdiéndose entre los bosques.
La piel, acariciada por el viento tenue y seco.
Las manos, frías y húmedas, esperaban inquietas su primer contacto.
Los corazones vibrando de emoción a cada paso del camino.
Las tímidas miradas rehusando el encontrarse.
Al fondo, la efigie del Castillo les invitaba a remontar la pendiente.
Sentían esa extraña atracción mientras dejaban atrás las últimas bodegas.
Pocas palabras.
Los cuerpos fatigados se miraban esquivos.
Al fin, en la almena más alejada, se daban la mano mientras pronunciaban alguna frase intrascendente.
Las miradas fijas en el sol escondiéndose detrás del horizonte.
Los cuerpos húmedos y temblorosos.
Los últimos rayos de sol iluminaban sus jóvenes semblantes.
Los corazones estremecidos mientras el viento jugaba caprichoso entre los viejos muros.
Pocas palabras.
Ambos se veían sorprendidos por las conmociones del primer amor.
El sol huía vertiginoso, ávido por aportar la oscuridad que requiere la primera caricia.
Pocas palabras.
Solos, unidos por un beso, mientras sentían el ritmo frenético de su respiración.
Pasaban fugazmente los minutos mientras la noche les iba impregnando.
Amanecía la Luna sobre el horizonte oscuro, anunciando la hora del regreso.
Divisaban las primeras casas del pueblo cuando se soltaban las manos entumecidas.
Siempre, al acercarse a la altura de la ermita, se separaban por temor a que les vieran.
Pocas palabras, al despedirse aquella noche.
De esta forma iban transcurriendo los últimos días de aquel verano.
Terminaban los últimos paseos entre pinares y choperas y campos de girasoles.
Sus ojos clavados en sus ojos esperaban la despedida.
__¿Cuándo volverás?...__
Transcurrió ese verano y varios más.
Pasaron varios años y volvieron, por aquel pueblo.
Volvieron en muchas ocasiones.
Nunca se encontraron.
Volvieron, cada uno, con sus retos e ilusiones.
Cada uno con sus recuerdos y sus tragedias.
Volvieron con sus miedos y sus ambiciones.
Volvieron con sus hijos y sus familias.
Con sus éxitos y sus fracasos.
Volvieron enamorados.
Y pasearon sus recuerdos por los caminos, entre cántaros rotos y olor a resina seca y perdida.
Volvieron y siguieron vagando entre los recuerdos de aquella tarde en El Castillo...
Hoy es una noche calurosa del mes de agosto.
No parece que hayan pasado treinta años.
La música de la orquesta sigue alegrando La Plaza de aquel pueblo.
En el bar los mismos de siempre apuran sus bebidas una y otra vez.
A un lado de La Plaza unos ojos inquietos buscando entre la gente que baila.
En el centro, una mirada indecisa deseando encontrarlos.
Bien entrada la noche las miradas definitivamente se cruzan.
El tiempo se detiene de golpe.
Los corazones paralizados repentinamente.
Falta el aire.
La música de la orquesta enmascara el latir de sus corazones.
Pocas palabras.
Solo una sonrisa disimulada y cómplice.
Cinco campanadas resuenan estridentes en el reloj de La Plaza.
Las miradas, imantadas, se niegan a separarse.
Los músicos afinan sus últimos compases mientras van anunciando su despedida.
Las copas exprimidas hasta la última gota.
La aurora tenue y azul va invadiendo tímidamente los oscuros murallones del Castillo.
La brisa fresca inunda la madrugada.
El firmamento entero ilumina tenuemente las paredes del Castillo.
En la atalaya más alta, dos seres de cera se funden en un abrazo.
Estremeciéndose de frío...
Y de nervios...
Y de miedo...
Y de emoción...
Y de ilusión...
Y de temor.
Pocas palabras.
Solo una mirada tímida e ilusionada más allá de las estrellas.
Las manos, como antaño, frías y húmedas...
En la gélida madrugada, sudan los ojos.
“Albedo”
Presentado al Certamen de Relatos Cortos del Diario La Razón
Agosto de 2005

Encuentro
Las rayas intermitentes pintadas sobre el asfalto, transcurren por el centro de la carretera con la carencia del paso de los segundos.
El aire fresco intenta penetrar por las ventanillas entreabiertas, luchando contra el humo del cigarrillo que busca una salida al exterior mientras se van sucediendo los pueblos de dos en dos.
En la mente, transcurren multitud de imágenes mezcladas a lo largo de treinta años. Intenta poner las ideas en orden pero le resulta muy difícil. La vida es un montón de experiencias encontradas. Lo que durante años fue una ilusión juvenil, se transforma en unas horas en una mezcla de pasión, amargura y expectación incomprensibles. La historia los separó y la historia hoy los vuelve a juntar cuando ya no hay vuelta atrás. Ahora que están atados de pies y manos se vuelven a juntar para preguntarse mutuamente: ¿Qué va a pasar ahora?
No hay respuesta. Solo decidirá el destino caprichoso.
Mientras tanto, los ojos fijos en el final de cada curva.
Ella esperando el momento del encuentro.
Hora y media rodando a toda velocidad le lleva al final de su destino. Sale de la autopista al mismo tiempo que Ella va aparcando en la gasolinera del pueblo donde han concertado su cita.
La misma música sonando en ambos coches.
La misma inquietud de siempre, cuando todos los años se veían por primera vez al comienzo del verano.
Bajan de los coches deprisa, cerrando deprisa las puertas y aguzando sus sentidos para impregnarse de sus tímidas miradas.
De su olor.
De su ternura.
De su cariño.
De su amor.
La sonrisa amplia le recuerda a Amanda.
El sol en su pelo suave, negro y ligero.
Y su agradable estribillo al saludarle, sin apenas un beso disimulado.
El corazón pasa en segundos de estallar, hasta el reposo más absoluto. Solo el mantenerse las miradas les aporta el sosiego que necesitan.
Un saludo escueto es suficiente como bienvenida.
__ ¡Holaaa...! ¿Qué?
__Nada...
Juntos comienzan paseando sin destino por los alrededores del pueblo amurallado. Él, las manos en los bolsillos; Ella, sujetando su bolso en bandolera mientras se van rozando suavemente los brazos a cada paso.
Se miran, sin hablar, mientras callejean entre los muros de adobe deshechos.
Reconocen el sentido de esas sonrisas desde hace muchos años.
Transcurren por la pradera verde donde algunos paisanos toman un vino alrededor de las mesas de piedra. Las miradas como siempre buscándose inquietas entre el verde rabioso del césped que crece espontáneamente.
No necesitan hablar.
Solo sus miradas rebosan de palabras que nunca encontrarían para expresar lo que sienten. Siguen paseando a lo largo de las murallas intentando huir de la realidad que les asfixia.
Pero no pueden.
Lo real y lo virtual se mezcla en una amalgama inquietante. Permanecen unidas sus miradas preguntándose si esto es real, o es un sueño, o... una pesadilla.
__ ¿Quieres que nos sentemos...?
El banco labrado sobre un viejo tronco carcomido les sirve para dirigir sus miradas hacia el horizonte donde los últimos rayos del sol juguetean con las nubes deshilachadas y rojizas. Aquellos atardeceres que fueron testigos tantas veces de sus miradas, de sus besos, de su pasión juvenil durante aquellos años. Aquellos atardeceres que día tras día fueron cómplices de su amor imposible.
Hoy, después de tantos años, sigue siendo un amor tan imposible como antaño, ahogado en secreto por responsabilidades y compromisos que les ha ido estrangulando poco a poco hasta dejarlos ya casi sin aire.
Aire templado que al final de la tarde les acaricia suavemente aportándoles una ansiada tranquilidad.
El sol sigue escondiéndose despacio entre algunas nubes coloreadas. Se diría que no quiere perderse estos momentos.
Al cabo de un profundo suspiro las manos se encuentran entrelazando los dedos para siempre.
__No me creo que estemos aquí juntos.
__Yo tampoco.
Vuelven a cruzarse las miradas pero esta vez no es suficiente. Van cerrando los ojos cuando unen sus labios lentamente mientras el sol, ruborizado, termina por esconderse satisfecho. ¡Tantas veces iluminó esos momentos...!
Las luces de las murallas medievales le toman el relevo y comienzan a iluminar tenuemente el paseo colgado frente al valle salpicado de sabinas y bogs.
Tienen tantas cosas de que hablar que no saben por donde empezar. Solo rememoran una y otra vez los momentos agridulces que pasaron en su juventud.
__Me hiciste sufrir mucho.
__Lo sé, y lo siento.
Va oscureciendo rápidamente mientras siguen unidos en un abrazo solo interrumpido por montones de besos y caricias, de una ternura tal que no lo recordaban desde hacía muchos años.
Les faltan manos para acariciarse cuando dan las diez de la noche. Miran de reojo sus relojes y son conscientes de que está terminando este momento de pasión.
Llega el momento del adiós.
Llega el momento del dolor.
Parece que no se pueden despegar. Lo intenta cada uno pero el otro lo abraza con más firmeza cada momento.
Las gargantas tan sumamente doloridas que no pueden emitir una sola palabra.
Los ojos al rojo vivo imploran que no termine la noche. Si esto es un sueño no quieren despertar jamás.
Al cabo de unos minutos eternos las manos sudorosas van separándose poco a poco.
Solo les quedan unas pocas palabras...
__ ¿Cuando volveré a verte…?
__Pronto, espero...
__ ¿Sin planes?
__Sin planes.
Las luces rojas de su coche van haciéndose más y más pequeñas a medida que se aleja por la carretera. El silencio y la oscuridad se van adueñando del momento como profetas de un futuro incierto.
La esperanza luchando siempre por imponerse.
“Lo mejor está siempre por llegar”
“Albedo”
Madrid, 27 de septiembre de 2005
Escrito durante el Seminario de Telecomunicaciones organizado por IDC España en el Hotel Palace de Madrid.
Al otro lado del Castillo
Sus pasos hacían crujir el manto de escarabujo mientras su mente se esforzaba por entender, de una vez por todas, lo que estaba pasando en su vida.
Las nubes se iban tornando cada vez más oscuras y espesas amenazando mojar aquel pelo negro azabache. La cabeza ligeramente inclinada intentando descubrir alguna pequeña seta debajo del suelo reseco.
Toda la vida le gustó pasear durante el otoño por los montes donde transcurrió su juventud. Siempre fue una tradición el ir de paseo. Durante sus largas caminatas alternaba la meditación con la búsqueda de migueles, nízcalos o senderillas. Aquella tarde de octubre buscaba además los motivos por lo que todo para ella era tan terriblemente complicado.
Las primeras gotas comenzaban a caer sobre la capucha de su chubasquero azul. El suelo dejaba de crepitar, aliviado por la humedad que lo iba empapando.
Ella seguía caminando impasible, de forma autómata, indiferente a la lluvia. Las manos en los bolsillos, la mirada baja, mientras las primeras gotas resbalaban por su rostro.
Su vida hasta entonces había sido un cúmulo de trabajo y esfuerzo raramente recompensado. Hasta hoy solo sus hijos le aportaban la satisfacción que necesitaba. Su instinto maternal le había dominado siempre.
Las punteras de sus zapatos se iban mojando poco a poco y las jaras frescas comenzaban a humedecer sus pantalones vaqueros por debajo de las rodillas.
Hacía dieciocho años que había tenido su primera hija con la emoción y la ilusión que inundan esos momentos. Fue tal la experiencia que al poco tiempo quiso repetirla; hasta dos veces más en aquellos cinco años. Al cabo de un tiempo, sin darse cuenta de cómo se dibujaría su futuro, su pareja comenzaba a huir de las responsabilidades familiares que le atemorizaban.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que el camino, a partir de entonces, lo seguiría recorriendo sola, completamente sola.
La tarde iba cayendo y la lluvia se había convertido en un orballo fresco que aliviaba el sofoco del largo paseo. Apenas algún champiñón silvestre había recogido hasta entonces mientras seguía pensando casi en voz alta.
Ella, desde la más absoluta soledad, estaba sacando adelante esa familia a base de sudor, de lágrimas y desesperación, recibiendo como única recompensa las cómplices miradas de sus pequeños cuando llegaba a casa al salir del trabajo. Para su pareja, como tantos otros, no era precisamente lo más gratificante el terminar la jornada escuchando los problemas y las experiencias de sus hijos durante el día.
No obstante, la casa estaba limpia, la ropa planchada y la carne guisada, caliente en su plato.
Mientras, su pareja le iba negando, primero el dinero para mantener a sus hijos, después el cariño y por fin la palabra y el apoyo que ella necesitaba.
Hoy solo le quedaba mirarle a los ojos preguntándole ¿por qué? mientras él rehuía cobardemente su mirada.
Así transcurrieron los años mientras el silencio entre los dos se iba imponiendo al igual que la distancia. En pocos años el cariño se transformó en pena y en rabia y en desilusión. En pocos años se fue levantando el muro que hoy les separa, muro que disgusto a disgusto, lágrima a lágrima, acabó por convertirse en un castillo infranqueable donde ella se refugiaba añorando un futuro mejor.
Apenas se vislumbra algo de luz, la suficiente para diferenciar alguna lepiota procera de los tocones de los pinos recién cortados. La niebla densa ha acabado con la lluvia y comienza a sentir frío. Si no fuese porque sigue caminando, le costaría evitar la tiritona. Los pies están empapados y en su camiseta la humedad del ambiente se ha mezclado con el sudor.
Hoy, su hija mayor ha emprendido el vuelo lejos de ella. Los dos pequeños todavía no se han independizado y su marido se ha afianzado en la figura de okupa de esa casa. Ella sigue okupándose de sus hijos, okupándose de su casa, okupándose de sus padres, de sus familiares enfermos... en fin, de todo.
Los problemas se han enquistado y el dolor prácticamente ha desaparecido solapado por la esperanza de un cambio renovador.
Y sigue preguntándose que es lo que ha hecho mal. Por qué la vida le niega un momento de felicidad.
Va abandonando el bosque oscuro para enfilar el sendero que asciende al castillo. El polvo del camino se ha transformado en un barro arcilloso y suave. La noche le ha sorprendido casi sin darse cuenta pero no necesita luz para subir a la fortaleza. Conoce el camino de sobra. Remonta la última rampa de acceso sintiendo un frescor agradable en su rostro. Va recordando cada una de las veces que subió en su juventud, cuando la ilusión por el futuro le ocupaba toda su mente.
Hoy, en esta noche húmeda y fría solo se escucha el clic de su mechero al prender un cigarrillo. El humo templado contrasta con la brisa helada de la noche.
Al otro lado del castillo, encima del horizonte, se vislumbra una pequeña luz extremadamente brillante. Es Venus, el primer cuerpo celeste que nace al anochecer.
Se queda observándolo hipnotizada, con la vista perdida y la mente en blanco.
A muchos lejos de allí, en lo alto de una cumbre tapizada de nieve, alguien se debate entre la incertidumbre y la esperanza. Toda su vida ha sido una especie de esquizofrenia existencial. Las contradicciones le llevaron al refugio de sus montañas y hoy día suponen un retiro donde no caben los problemas mundanos. Aislado entre el cielo y la tierra observa maravillado el brillo de una estrella lejana. No parpadea mientras se sorprende de la atracción que supone aquel astro. Siente que aquella luz deberá guiarle en el futuro hacia otro mundo de ilusión. La ilusión que perdió cuando hace unos años abandonó la esperanza de recuperar a su amada.
Han pasado muchos años desde aquella noche.
Ella, al fin, tomó la decisión que debía haber tomado hace tantos años atrás.
Él, separado y solo vive inmerso en la soledad de sus sueños.
La luna llena ilumina hoy esta noche de verano.
En los prados verdes de un pueblo llamado Medina, unos críos pequeños y escandalosos juegan a la pelota, felices.
Sus padres apuran los postres de las Clarisas en el restaurante de enfrente.
__ Tu madre y yo vamos a salir a dar un paseo.
__ ¡Mirar qué hacen los chicos!
Una pareja de viejos pasea sus achaques por los alrededores de la muralla, lejos del campo de fútbol.
__ ¿A donde vais, abuelo?
__ A dar un paseo.
Cogidos de las manos húmedas y frías se sientan en un banco de madera carcomida mirando al valle.
__ Mira esa estrella como brilla.
__ Es Venus.
__ ¿Si?
__Sí...La diosa del amor
“Albedo”
Madrid, 17/11/2005
Sus pasos hacían crujir el manto de escarabujo mientras su mente se esforzaba por entender, de una vez por todas, lo que estaba pasando en su vida.
Las nubes se iban tornando cada vez más oscuras y espesas amenazando mojar aquel pelo negro azabache. La cabeza ligeramente inclinada intentando descubrir alguna pequeña seta debajo del suelo reseco.
Toda la vida le gustó pasear durante el otoño por los montes donde transcurrió su juventud. Siempre fue una tradición el ir de paseo. Durante sus largas caminatas alternaba la meditación con la búsqueda de migueles, nízcalos o senderillas. Aquella tarde de octubre buscaba además los motivos por lo que todo para ella era tan terriblemente complicado.
Las primeras gotas comenzaban a caer sobre la capucha de su chubasquero azul. El suelo dejaba de crepitar, aliviado por la humedad que lo iba empapando.
Ella seguía caminando impasible, de forma autómata, indiferente a la lluvia. Las manos en los bolsillos, la mirada baja, mientras las primeras gotas resbalaban por su rostro.
Su vida hasta entonces había sido un cúmulo de trabajo y esfuerzo raramente recompensado. Hasta hoy solo sus hijos le aportaban la satisfacción que necesitaba. Su instinto maternal le había dominado siempre.
Las punteras de sus zapatos se iban mojando poco a poco y las jaras frescas comenzaban a humedecer sus pantalones vaqueros por debajo de las rodillas.
Hacía dieciocho años que había tenido su primera hija con la emoción y la ilusión que inundan esos momentos. Fue tal la experiencia que al poco tiempo quiso repetirla; hasta dos veces más en aquellos cinco años. Al cabo de un tiempo, sin darse cuenta de cómo se dibujaría su futuro, su pareja comenzaba a huir de las responsabilidades familiares que le atemorizaban.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que el camino, a partir de entonces, lo seguiría recorriendo sola, completamente sola.
La tarde iba cayendo y la lluvia se había convertido en un orballo fresco que aliviaba el sofoco del largo paseo. Apenas algún champiñón silvestre había recogido hasta entonces mientras seguía pensando casi en voz alta.
Ella, desde la más absoluta soledad, estaba sacando adelante esa familia a base de sudor, de lágrimas y desesperación, recibiendo como única recompensa las cómplices miradas de sus pequeños cuando llegaba a casa al salir del trabajo. Para su pareja, como tantos otros, no era precisamente lo más gratificante el terminar la jornada escuchando los problemas y las experiencias de sus hijos durante el día.
No obstante, la casa estaba limpia, la ropa planchada y la carne guisada, caliente en su plato.
Mientras, su pareja le iba negando, primero el dinero para mantener a sus hijos, después el cariño y por fin la palabra y el apoyo que ella necesitaba.
Hoy solo le quedaba mirarle a los ojos preguntándole ¿por qué? mientras él rehuía cobardemente su mirada.
Así transcurrieron los años mientras el silencio entre los dos se iba imponiendo al igual que la distancia. En pocos años el cariño se transformó en pena y en rabia y en desilusión. En pocos años se fue levantando el muro que hoy les separa, muro que disgusto a disgusto, lágrima a lágrima, acabó por convertirse en un castillo infranqueable donde ella se refugiaba añorando un futuro mejor.
Apenas se vislumbra algo de luz, la suficiente para diferenciar alguna lepiota procera de los tocones de los pinos recién cortados. La niebla densa ha acabado con la lluvia y comienza a sentir frío. Si no fuese porque sigue caminando, le costaría evitar la tiritona. Los pies están empapados y en su camiseta la humedad del ambiente se ha mezclado con el sudor.
Hoy, su hija mayor ha emprendido el vuelo lejos de ella. Los dos pequeños todavía no se han independizado y su marido se ha afianzado en la figura de okupa de esa casa. Ella sigue okupándose de sus hijos, okupándose de su casa, okupándose de sus padres, de sus familiares enfermos... en fin, de todo.
Los problemas se han enquistado y el dolor prácticamente ha desaparecido solapado por la esperanza de un cambio renovador.
Y sigue preguntándose que es lo que ha hecho mal. Por qué la vida le niega un momento de felicidad.
Va abandonando el bosque oscuro para enfilar el sendero que asciende al castillo. El polvo del camino se ha transformado en un barro arcilloso y suave. La noche le ha sorprendido casi sin darse cuenta pero no necesita luz para subir a la fortaleza. Conoce el camino de sobra. Remonta la última rampa de acceso sintiendo un frescor agradable en su rostro. Va recordando cada una de las veces que subió en su juventud, cuando la ilusión por el futuro le ocupaba toda su mente.
Hoy, en esta noche húmeda y fría solo se escucha el clic de su mechero al prender un cigarrillo. El humo templado contrasta con la brisa helada de la noche.
Al otro lado del castillo, encima del horizonte, se vislumbra una pequeña luz extremadamente brillante. Es Venus, el primer cuerpo celeste que nace al anochecer.
Se queda observándolo hipnotizada, con la vista perdida y la mente en blanco.
A muchos lejos de allí, en lo alto de una cumbre tapizada de nieve, alguien se debate entre la incertidumbre y la esperanza. Toda su vida ha sido una especie de esquizofrenia existencial. Las contradicciones le llevaron al refugio de sus montañas y hoy día suponen un retiro donde no caben los problemas mundanos. Aislado entre el cielo y la tierra observa maravillado el brillo de una estrella lejana. No parpadea mientras se sorprende de la atracción que supone aquel astro. Siente que aquella luz deberá guiarle en el futuro hacia otro mundo de ilusión. La ilusión que perdió cuando hace unos años abandonó la esperanza de recuperar a su amada.
Han pasado muchos años desde aquella noche.
Ella, al fin, tomó la decisión que debía haber tomado hace tantos años atrás.
Él, separado y solo vive inmerso en la soledad de sus sueños.
La luna llena ilumina hoy esta noche de verano.
En los prados verdes de un pueblo llamado Medina, unos críos pequeños y escandalosos juegan a la pelota, felices.
Sus padres apuran los postres de las Clarisas en el restaurante de enfrente.
__ Tu madre y yo vamos a salir a dar un paseo.
__ ¡Mirar qué hacen los chicos!
Una pareja de viejos pasea sus achaques por los alrededores de la muralla, lejos del campo de fútbol.
__ ¿A donde vais, abuelo?
__ A dar un paseo.
Cogidos de las manos húmedas y frías se sientan en un banco de madera carcomida mirando al valle.
__ Mira esa estrella como brilla.
__ Es Venus.
__ ¿Si?
__Sí...La diosa del amor
“Albedo”
Madrid, 17/11/2005
La Danza de los Ojos Cómplices
El sonido infernal procedía del coche aparcado en el borde de la carretera de acceso a la ermita. Las cinco puertas abiertas de par en par de forma que las dos de la parte izquierda del vehículo, casi invaden la calzada. Cuatro o cinco chavales jóvenes van sacando grandes botellones con calimocho y otros combinados.
__ ¡Me cago en dios, saca la birra de una puta vez!
Son las once de la noche. Las chicas, mínimamente vestidas con unos shorts y camisetas escotadas disfrutan claramente con la conversación.
__ ¡Vete a tomar por culo, gilipollas!
__ ¡Cállate ya, hijoputa!
Siente una agradable sensación cuando recuerda los años en los que salían a pasear por la ermita con el único objetivo de flirtear con las chicas del pueblo. Entonces lo que menos necesitaban era música a todo volumen y gritos estridentes. La discreción era fundamental, aquellos días de verano.
Una anciana con el pelo completamente blanco, se va acercando lentamente, paso a paso a la puerta de la ermita, donde hay una mínima portezuela enrejada por la que se ve el interior iluminado tenuemente por un cirio casi consumido en un charco de cera. La mujer se santigua despacio a la vez que entorna los ojos. Al cabo de un par de minutos vuelve a santiguarse, da media vuelta y comienza a subir con esfuerzo la cuesta que le separa del pueblo.
__ ¡Tíaaaaa, pasa la farlopa, coño…!
__ ¡Que te jodan tío!
Hace muchos años desde que aquella pandilla pasaba las tardes en la ermita del pueblo. Entonces, se escondían en la parte trasera donde había un pollete de piedra suficientemente discreto como para preguntarse en voz baja si podían darse la mano. De fondo solo oían el chirriar de las chicharras y de vez en cuando el motor de algún coche que pasaba a toda velocidad hacia el interior del pueblo.
Hoy, después de cenar, se ha acercado a echar un vistazo a la parte trasera de la ermita ante la total indeferencia de los jóvenes. Lo que antaño era una pradera de hierba fresca y limpia que invitaba a tumbarse y mirar las estrellas, hoy es casi un vertedero lleno de botellas de plástico y latas oxidadas. Apenas alguna brizna de hierba ha sobrevivido a este desastre.
Es la primera noche de fiestas y todavía no ha visto a ninguno de sus viejos amigos. Sigue paseando por los alrededores del pueblo, haciendo tiempo hasta que comienzan los primeros ajustes de la orquesta.
Este año algo ha cambiado en su vida pero no le impide sentir la misma expectación por reencontrarse con sus antiguos compañeros de tantas aventuras.
También estará Ella.
También con la misma emoción.
El ritual se repite un año más sin que por ello pierda expectación. Nada más llegar se encuentra con su viejo amigo de siempre.
__ ¡Hombre, ya es hora que aparezcas!
__ ¿Creías que no vendría o que?
__ ¿Cómo estás?
__ ¡De p. madre!
__ Como siempre
__ ¿Donde están las chicas?
__ Solo he visto a una…
Ya parece que la orquesta ha terminado de ecualizar mientras llega una de ellas
__ ¡Holaaaaaa…! ¿Cómo estás?
__ He estado mejor
__ ¿Y eso?
__ ¡El año, que ha sido duro!
__ Ja, ja, ja…
La orquesta arranca definitivamente a ritmo de pasodoble, que es lo que procede.
Los botellines comienzan a refrescar las gargantas resecas.
Va acudiendo cada vez mas gente atraída por la música que comienza a ser estruendosa. Todavía no ha aparecido Ella.
El aire se va refrescando a medida que transcurre la noche. Se sientan los tres en las sillas de la terraza del bar comentando los temas habituales mientras él escudriña cada uno de los rincones de la plaza esperando el primer cruce de miradas. Al cabo de un rato aparece la última pieza de aquel puzzle maravilloso.
Viene bajando la calle con su andar peculiar.
Los ojos como aguijones.
Pocas palabras.
Y entrecortadas.
Comienza el baile de miradas.
La danza de los ojos cómplices.
__ ¿Qué?
__ Nada
Los cuatro juntos se miran unos a otros mostrando unas leves sonrisas pícaras.
__Os vemos muy bien…
__Vosotros tampoco habéis cambiado.
Como todos los años comienza el juego de miradas disimuladas y tímidas.
Las frases con doble intención se apropian de la tertulia.
Los pasodobles y los valses se van transformando en románticas baladas que aderezan los viejos y entrañables recuerdos.
El reloj de la plaza parece tener prisa en marcar la hora en la que los borrachos duermen la moña y la mitad del puzzle se plantea retirarse a descansar.
Nadie queda ya en la plaza salvo los encargados de limpiarla esta noche.
Él se niega a retirar los ojos de su chica mientras comienza a barrer uno de los bordillos.
__ ¡Déjame a mí un poco…!
Se van relevando los dos intentando lograr un leve contacto de sus manos cada vez que se intercambian el cepillo. Siempre prestando atención para que no los vean juntos mas de unos segundos.
La plaza está ya limpia y él no tiene ya motivo de permanecer allí si no es para mirarle una vez más. Pero no puede ser. Opta por abandonar la plaza antes de que alguien se fije en sus ojos vidriosos.
No tiene más remedio que conformarse con un __ ¡Hasta pronto! sin mirarle a los ojos. Un desconsolado broche a una velada plena de sensaciones difícilmente explicables.
Pero se niega a terminar la noche. Ese viejo nudo en la garganta le obliga a enfilar la cuesta que termina en las eras donde una montaña de grano recién cosechado le invita a tumbarse en lo más alto.
Las lágrimas de San Lorenzo pasan fugaces cada minuto por el eterno infinito. Otras lágrimas van resbalando por sus mejillas provocando un escalofrío mientras sus ojos se van cerrando despidiéndose del espectáculo fugaz.
Mañana la Luna será llena.
Lo mejor siempre está por llegar.
De nuevo, mañana.
“Albedo”
Quintanas de Gormaz
__ ¡Me cago en dios, saca la birra de una puta vez!
Son las once de la noche. Las chicas, mínimamente vestidas con unos shorts y camisetas escotadas disfrutan claramente con la conversación.
__ ¡Vete a tomar por culo, gilipollas!
__ ¡Cállate ya, hijoputa!
Siente una agradable sensación cuando recuerda los años en los que salían a pasear por la ermita con el único objetivo de flirtear con las chicas del pueblo. Entonces lo que menos necesitaban era música a todo volumen y gritos estridentes. La discreción era fundamental, aquellos días de verano.
Una anciana con el pelo completamente blanco, se va acercando lentamente, paso a paso a la puerta de la ermita, donde hay una mínima portezuela enrejada por la que se ve el interior iluminado tenuemente por un cirio casi consumido en un charco de cera. La mujer se santigua despacio a la vez que entorna los ojos. Al cabo de un par de minutos vuelve a santiguarse, da media vuelta y comienza a subir con esfuerzo la cuesta que le separa del pueblo.
__ ¡Tíaaaaa, pasa la farlopa, coño…!
__ ¡Que te jodan tío!
Hace muchos años desde que aquella pandilla pasaba las tardes en la ermita del pueblo. Entonces, se escondían en la parte trasera donde había un pollete de piedra suficientemente discreto como para preguntarse en voz baja si podían darse la mano. De fondo solo oían el chirriar de las chicharras y de vez en cuando el motor de algún coche que pasaba a toda velocidad hacia el interior del pueblo.
Hoy, después de cenar, se ha acercado a echar un vistazo a la parte trasera de la ermita ante la total indeferencia de los jóvenes. Lo que antaño era una pradera de hierba fresca y limpia que invitaba a tumbarse y mirar las estrellas, hoy es casi un vertedero lleno de botellas de plástico y latas oxidadas. Apenas alguna brizna de hierba ha sobrevivido a este desastre.
Es la primera noche de fiestas y todavía no ha visto a ninguno de sus viejos amigos. Sigue paseando por los alrededores del pueblo, haciendo tiempo hasta que comienzan los primeros ajustes de la orquesta.
Este año algo ha cambiado en su vida pero no le impide sentir la misma expectación por reencontrarse con sus antiguos compañeros de tantas aventuras.
También estará Ella.
También con la misma emoción.
El ritual se repite un año más sin que por ello pierda expectación. Nada más llegar se encuentra con su viejo amigo de siempre.
__ ¡Hombre, ya es hora que aparezcas!
__ ¿Creías que no vendría o que?
__ ¿Cómo estás?
__ ¡De p. madre!
__ Como siempre
__ ¿Donde están las chicas?
__ Solo he visto a una…
Ya parece que la orquesta ha terminado de ecualizar mientras llega una de ellas
__ ¡Holaaaaaa…! ¿Cómo estás?
__ He estado mejor
__ ¿Y eso?
__ ¡El año, que ha sido duro!
__ Ja, ja, ja…
La orquesta arranca definitivamente a ritmo de pasodoble, que es lo que procede.
Los botellines comienzan a refrescar las gargantas resecas.
Va acudiendo cada vez mas gente atraída por la música que comienza a ser estruendosa. Todavía no ha aparecido Ella.
El aire se va refrescando a medida que transcurre la noche. Se sientan los tres en las sillas de la terraza del bar comentando los temas habituales mientras él escudriña cada uno de los rincones de la plaza esperando el primer cruce de miradas. Al cabo de un rato aparece la última pieza de aquel puzzle maravilloso.
Viene bajando la calle con su andar peculiar.
Los ojos como aguijones.
Pocas palabras.
Y entrecortadas.
Comienza el baile de miradas.
La danza de los ojos cómplices.
__ ¿Qué?
__ Nada
Los cuatro juntos se miran unos a otros mostrando unas leves sonrisas pícaras.
__Os vemos muy bien…
__Vosotros tampoco habéis cambiado.
Como todos los años comienza el juego de miradas disimuladas y tímidas.
Las frases con doble intención se apropian de la tertulia.
Los pasodobles y los valses se van transformando en románticas baladas que aderezan los viejos y entrañables recuerdos.
El reloj de la plaza parece tener prisa en marcar la hora en la que los borrachos duermen la moña y la mitad del puzzle se plantea retirarse a descansar.
Nadie queda ya en la plaza salvo los encargados de limpiarla esta noche.
Él se niega a retirar los ojos de su chica mientras comienza a barrer uno de los bordillos.
__ ¡Déjame a mí un poco…!
Se van relevando los dos intentando lograr un leve contacto de sus manos cada vez que se intercambian el cepillo. Siempre prestando atención para que no los vean juntos mas de unos segundos.
La plaza está ya limpia y él no tiene ya motivo de permanecer allí si no es para mirarle una vez más. Pero no puede ser. Opta por abandonar la plaza antes de que alguien se fije en sus ojos vidriosos.
No tiene más remedio que conformarse con un __ ¡Hasta pronto! sin mirarle a los ojos. Un desconsolado broche a una velada plena de sensaciones difícilmente explicables.
Pero se niega a terminar la noche. Ese viejo nudo en la garganta le obliga a enfilar la cuesta que termina en las eras donde una montaña de grano recién cosechado le invita a tumbarse en lo más alto.
Las lágrimas de San Lorenzo pasan fugaces cada minuto por el eterno infinito. Otras lágrimas van resbalando por sus mejillas provocando un escalofrío mientras sus ojos se van cerrando despidiéndose del espectáculo fugaz.
Mañana la Luna será llena.
Lo mejor siempre está por llegar.
De nuevo, mañana.
“Albedo”
Quintanas de Gormaz
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